EL PLACER DE LA CULTURA

martes, 25 de junio de 2013

Nicanor Parra en Madrid

Hay poetas, hombres y mujeres, que saben conectar con lo más profundo del ser humano, que despiertan nuestra conciencia y arremeten contra lo establecido. Ellos son capaces de desmontar los inmensos edificios construidos por nuestra mente, que no son reales, pero que arrebatan el alma del hombre.

Cuando uno se acerca a Nicanor con un público “difícil” (como dijo la vigilante de sala de la Biblioteca Nacional de Madrid al verme entrar con un grupo grande de personas con parálisis cerebral) se da cuenta del valor inmenso de aquellos que nos recuerdan quiénes somos (no una imagen, ni una idea política, ni una religión concreta…), sino hombres y mujeres en busca de paz y respuestas no superficiales.

A primera vista parecería que Parra solo nos divierte y entretiene, y podemos verlo también así, como un irreverente compulsivo que no para de jugar con la mente, el corazón y el lenguaje del espectador. Pero si observamos con detalle y entramos en su juego, Parra nos presenta siempre algún elemento que nos hace “romper la razón” permitiéndonos así conectar con una dimensión más real de nosotros mismos, del mundo y del otro.
 
Foto de Beatriz García Traba. Temuco, 1994.
 A punto de pedirle a Nicanor un autógrafo

Conocí a Parra hace 19 años, en Temuco, en un encuentro de escritores mapuches y no mapuches. Entonces era un joven de apenas 80 años que seguía aguijoneando conciencias. Grato es ver, tanto tiempo después, que el mismo joven sigue en pie y recibiendo un reconocimiento constante a su obra (lo último el Cervantes, nada menos) y me le imagino riendo y recitando desde su casa ante el serio y circunspecto público propio de estos actos:

Veo que están bostezando:
No importa
Bienaventurados los que tienen sueño
Porque no tardarán en quedarse dormidos

Reproduzco a continuación uno de sus poemas más brillantes y profundos, escrito en relación a un personaje chileno de la primera mitad del siglo XX, el afamado Cristo de Elqui:

XLII

La presencia del Espíritu Santo

se percibe con toda nitidez

en la mirada de un niño inocente

en un capullo que está por abrir

en un pájaro que se balancea sobre una rama
 

dificulto que alguien pueda poner en duda

la presencia del Espíritu Santo

en un pan recién sacado del horno

en un vaso de agua cristalina

en una ola que se estrella contra una roca


¡ciego de nacimiento tendría que ser!
 

hasta un ateo tiembla de emoción

ante una sementera que se inclina

bajo el peso de las espigas maduras

ante un bello caballo de carrera

ante un volkswagen último modelo


lo difícil es saber detectarlo

donde parecería que no está

en los lugares menos prestigiosos

en las actividades inferiores

en los momentos más desesperados


ahí falla el común de los mortales
 

quién podría decir que lo percibe

en los achaques de la ancianidad

en los afeites de las prostitutas

en las pupilas de los moribundos?


y sin embargo también está ahí

pues lo permea todo como el sodio

¡que lo digan los Padres de la Iglesia!


Arrodillémonos una vez más

en homenaje al Espíritu Santo

sin cuyo visto bueno nada nace ni crece

como tampoco muere en este mundo.

(Nuevos sermones y prédicas del Cristo de Elqui, 1979)

 

 

 

 

jueves, 20 de junio de 2013

21 de junio de 1813: la Batalla de Vitoria


Posiblemente José Bonaparte tomó demasiado tarde la decisión de replegarse hacia el norte de la Península. Con Wellington pisándole los talones, decidió jugarse el futuro del reino en una sola batalla, sin esperar a unirse con el ejército de Suchet que estaba en Valencia y sin buscar otro escenario más propicio.

El 19 de junio de 1813 llegó a Vitoria, con un ejército de unos 60.000 hombres y más de 10.000 civiles entre miembros de la administración josefina y familias de afrancesados. El ejército aliado, con Arthur Wellesley, duque de Wellington, al frente, estaba formado por unos 78.000 componentes, entre británicos, españoles, portugueses y alemanes.

Los historiadores militares han señalado los muchos errores cometidos por José I, por ejemplo, el defectuoso despliegue del ejército imperial, el desinterés por conocer la posición de su enemigo y la falta de preparación del campo de batalla, ya que, no voló los puentes que le separaban de las tropas de Wellington.

La batalla que comenzó en la mañana del lunes 21 de junio y que terminó hacia las ocho de la tarde, supuso una derrota sin paliativos para el ejército imperial y significó el final del reinado de José Bonaparte en España. Casi 13.000 personas murieron en la parte occidental de la Llanada alavesa, donde se libró la batalla en tres escenarios diferentes. El propio hermano de Napoleón estuvo a punto de caer prisionero y sólo lo evitó huyendo a caballo y abandonando su valioso cargamento. Sólo siete días después de la batalla, el 28 de junio José I cruzó el Bidasoa y abandonó España para siempre.
 Ludwig van Beethoven.
Wellingtons-Sieg oder Die Schlacht bey Vittoria : [1816]. Biblioteca Nacional de España

 El eco de la batalla fue enorme en toda Europa e incluso Ludwig van Beethoveen compuso una Sinfonía para celebrar la victoria contra las tropas napoléonicas. Austria, Rusia, Suecia y Prusia rompieron las negociaciones con el Emperador tras recibir las noticias de Vitoria y se organizaron de nuevo para acabar derrotando a Napoleón en Leipzig entre el 16 y el 19 de octubre de 1813.