EL PLACER DE LA CULTURA

jueves, 30 de enero de 2020

“Odia el delito y compadece al delincuente”


El 31 de enero de 1820, hace exactamente 200 años, nació en la localidad coruñesa de Ferrol Concepción Arenal, autora de la frase que da título a esta entrada. Fue una mujer extraordinaria, que destacó en distintos campos y que tuvo que vencer muchas dificultades para ser independiente y poder desarrollar sus numerosas inquietudes.

Le marcó el heroico ejemplo de su padre, fallecido en prisión cuando Concepción tenía sólo nueve años, condenado por sus ideas liberales en plena tiranía de Fernando VII. También la oposición de su madre a que estudiara más allá de los rudimentarios conocimientos que necesitaba en su época una joven de buena familia. Pero superó todos los obstáculos y estudió la carrera de Derecho, al principio vestida de hombre, pero una vez descubierta, aceptada en la Universidad Central de Madrid, si bien no pudo matricularse por su condición de mujer, por lo que nunca obtuvo el título correspondiente.

 Fotografía del Servicio Histórico Municipal. C. 1934. Monumento a Concepción Arenal en su ubicación original en el parque del Oeste. Actualmente se encuentra en el ángulo formado por los paseos de Rosales y Moret.
Museo de Historia, Madrid

Se casó en 1848 con el abogado y periodista Fernando García Carrasco, que no puso obstáculos al desarrollo de la vida profesional de Arenal. Con su marido, Concepción, de nuevo disfrazada de hombre, acudía a las tertulias del madrileño café Iris, situado en el pasaje del mismo nombre que discurría entre la calle de Alcalá y la carrera de san Jerónimo.

Arenal sobresalió como escritora, una de las más importantes de la España del siglo XIX. Desde los años 50 hasta el final de sus días, en 1893, publicó obras literarias de géneros diversos, artículos en los principales diarios y revistas, además de numerosos ensayos.

Cabecera de La Voz de la Caridad

Otro de los ámbitos en los que Arenal llevó a cabo una labor encomiable fue en el terreno de la política penitenciaria. Entre 1864 y 1865 fue visitadora de prisiones femeninas, la primera mujer que ostentaba este cargo, pero fue cesada por sus ideas progresistas. En efecto, defendió reformas del código penal y del sistema de prisiones, la reinserción de los presos y la abolición de la esclavitud en las colonias españolas desde posiciones próximas al krausismo y publicó numerosas obras al respecto. La Revolución del 68 la designó inspectora de Casas de Corrección de Mujeres y mantuvo su cargo durante cinco años, aunque con un creciente escepticismo ante la timidez de las reformas impulsadas durante el Sexenio. Denunció enérgicamente la terrible situación de prisiones y hospicios en La Voz de la Caridad, periódico fundado por ella con apoyo de importantes mujeres y hombres de la época.

Asimismo, Arenal destacó como promotora de acciones benéficas, desde una perspectiva católica y reformista. En este sentido, fue muy importante su amistad con el violinista Jesús de Monasterio, hombre piadoso, fundador de las Conferencias de San Vicente de Paúl. Arenal instituyó la sección femenina de dicha sociedad en 1859 y ya no abandonó nunca el trabajo humanitario. Impulsó, con otras personalidades de la época, la Constructora Benéfica, que aún hoy sigue funcionando integrada en Cáritas. También trabajó denodadamente en la organización de la rama femenina de la Cruz Roja.

Fue además una activista a la que se considera pionera del movimiento feminista en España. A modo de ejemplo puede mencionarse su ensayo La mujer del porvenir, donde Concepción defendía el derecho de la mujer a la educación y criticaba las teorías que afirmaban la superioridad del hombre según criterios biológicos. En 1860 publicó el ensayo La beneficencia, la filantropía y la caridad con el nombre de su hijo Fernando, el único de los tres que llegó a la edad adulta, y obtuvo el premio de la Academia de Ciencias Morales y Políticas; cuando la Academia descubrió la identidad de la verdadera autora acabó otorgando el premio a Concepción, pese a que no había precedentes de mujeres galardonadas. Durante el Sexenio Revolucionario se entregó a la cuestión de la educación de la mujer y se relacionó con krausistas como Fernando de Castro, Francisco Giner de los Ríos, y Gumersindo de Azcárate. Publicó obras sin precedentes en España que abogaban por una verdadera revolución en la formación de las mujeres y defendió su capacidad intelectual. Fue muy crítica con la actitud pasiva de la mayor parte de las mujeres de la burguesía de su tiempo.


Arenal fue, en definitiva, una mujer que nos ha dejado un riquísimo legado, poco conocido, que la celebración del segundo centenario de su nacimiento debería recuperar. Luchadora, inteligente, ambiciosa en el mejor sentido de la palabra, defensora de causas difíciles y justas, fue criticada por su fe católica tanto como por su progresismo. En cualquier caso, sus ideas sirvieron para mejorar la España del siglo XIX. La biografía escrita por Anna Caballé, Concepción Arenal, la caminante y su sombra, fue galardonada el año pasado con el Premio Nacional de Historia de España y es un excelente medio para acercarse a la pensadora y activista gallega. Toda su obra está disponible en la biblioteca virtual Miguel de Cervantes.

sábado, 4 de enero de 2020

4 de enero de 1920: Ha muerto el patriarca de las letras españolas


Así titulaba el diario El Imparcial a toda página, con el antetítulo “Duelo nacional”. “Esta madrugada a las tres y media se extinguió la gloriosa vida de D. Benito Pérez Galdós”, informaba en el subtítulo. Un magnífico dibujo de Salvador Bartolozzi centra la primera página, donde se detalla la noticia, acompañada de una amplia semblanza del escritor que se extiende hasta la segunda del periódico publicado el 4 de enero de 1920.

Portada de El Imparcial, 4/01/1920. Hemeroteca Digital. Biblioteca Nacional de España

Toda la prensa de Madrid expresó su dolor por la muerte del gran escritor, aunque se publicaron muy diversas valoraciones sobre su figura y su obra. En El Sol, Clarín, Pérez de Ayala y Menéndez y Pelayo le dedicaron elogiosas palabras. En El Liberal, escribieron Unamuno, Ortega Munilla, Gregorio Marañón y Enrique Borrás. La prensa más conservadora se mostró en general respetuosa, pero no ocultó sus desavenencias ideológicas con Galdós. Hombres muy alejados en este sentido de don Benito, como el citado Menéndez y Pelayo o Antonio Maura no ocultaron su admiración por el autor de Fortunata y Jacinta.  Pero algunos escritores, cuyo nombre es mejor no recordar, lanzaron críticas vehementes sobre su compañero. Los diarios recogieron también las manifestaciones de duelo procedentes de otros lugares de España, en especial de las islas Canarias, y del extranjero.

Casi 58 años después de su llegada a Madrid, Benito Pérez Galdós, fallecía en la casa de su sobrino José Hurtado de Mendoza en la calle de Hilarión Eslava, donde había vivido los últimos años de su existencia. La muerte le llegó en la madrugada del 4 de enero de 1920, cuando tenía 76 años. En los últimos días le acompañaron, además de su sobrino, su hija María, su yerno Juan, su secretario, su criado y algunos otros allegados.

Apuntes del cadáver de don Benito, publicados en El Liberal, 5/01/1920. Hemeroteca Digital. Biblioteca Nacional de España

Apunte del cadáver de don Benito, publicado en El Sol, 5/01/1920. Hemeroteca Digital. Biblioteca Nacional de España

Los problemas de salud del escritor se habían iniciado a principios del siglo XX y agravado poco después con la ceguera, causada por una enfermedad neurológica, a la que se sumaron la arterioesclerosis y la hipertensión. Galdós entonces se recluyó y vivió los últimos años en la soledad y el silencio y su figura fue cayendo en el olvido. Desde el verano de 1919 no volvió a salir a la calle y recibía en casa las atenciones del doctor Marañón.

La capilla ardiente se instaló en el despacho de don Benito, en la planta baja del hotel de Hurtado de Mendoza. El cadáver, cubierto con la bandera nacional y a los pies de un gran crucifijo, permaneció todo el día 4 de enero en el edificio, hoy desparecido, pero recordado mediante una placa instalada en un moderno inmueble en el número 7 de la calle de Hilarión Eslava.


Pasaron por el domicilio numerosas personas, entre ellas “el general de ingenieros señor Rodríguez Mourelo, quien en representación y en nombre del Rey, expresó á la familia el sentimiento que en la Casa Real ha producido el fallecimiento del glorioso autor de los Episodios Nacionales”, según informó La Época. Por su parte, El Imparcial recogió la visita de diferentes personalidades, como el ministro de Instrucción Pública, Emilia Pardo Bazán, el torero Machaquito, ahijado de Pérez Galdós, la actriz Margarita Xirgu, el alcalde de Madrid, el escritor Jacinto Benavente, los hermanos Álvarez Quintero, así como “significadas damas de la aristocracia, modestas obreras y obreros” y, en definitiva, “todo Madrid”. La mayor parte de los periódicos señalaron que don Benito murió cristianamente, lo que algunos especialistas han puesto en duda o han negado posteriormente.

Galdós fue despedido con admiración y cariño por la ciudad que tanto amó. Miles de personas pasaron por su capilla ardiente formada el día 5 en el patio de cristales de la Casa de la Villa. Según La Época,la inmensa cola que se situaba á la puerta del Ayuntamiento llegaba hasta la Capitanía general”. El diario El Sol del día 6 afirmaba que “nunca como en la mañana de ayer tuvo más justificada su denominación la Casa de la Villa, que invadieron las más genuinas representaciones del pueblo y de la clase media. Ancianos y chicuelos, viejas y mozas, cuyos atavíos revelaban desde la posición más humilde hasta la que permite hollar, sin traspasarlos, los linderos del lujo, penetraban en la segunda Casa Consistorial, sin cortedad ni apasionamiento, con la naturalidad propia de quienes llegan a su vivienda propia”.

El entierro fue sufragado por el Estado. Poco después de las tres de la tarde el cadáver fue transportado a hombros hasta la carroza fúnebre. El desfile recorrió la calle Mayor hacia el este, abierto por la guardia municipal a caballo, seguida por los bomberos y al compás de la música interpretada por la banda municipal, bajo la dirección del maestro Villa. Detrás iban cinco carruajes con las coronas dedicadas al fallecido y las presidencias del duelo con el gobierno en pleno y representantes del Congreso y el Senado, el Ayuntamiento, las reales academias, las universidades, el Ateneo y otras instituciones culturales, la Asociación de la Prensa y la de Autores, la Casa del Pueblo y un gran número de madrileños anónimos. No obstante, se produjeron importantes ausencias, como la de la Institución Libre de Enseñanza y la de los escritores del 98 y de generaciones literarias posteriores, algo que ya señaló hace algunos años Pablo Beltrán de Heredia. Según El Liberal, “entre la masa humara que llenaba la calle Mayor, y en medio del silencio religioso, una voz resonó potente gritando: ¡Viva Galdós! El vítor encontró eco en el gentío, que respondió unánime a aquella manifestación inesperada y sencilla, que tan bien traducía la proclamación de la inmortalidad del hombre excelso”.

También la polémica, que acompañó toda su vida a don Benito, estuvo presente en su entierro, ya que el Gobierno no concedió honores militares al cadáver del escritor, lo que provocó las protestas de los intelectuales y políticos izquierdistas. Los diarios progresistas mostraron su airada repulsa por la tibia, a su juicio, implicación gubernamental en el entierro.

Mundo Gráfico, 7/01/1920. Hemeroteca Digital. Biblioteca Nacional de España

Una multitud ocupó la Puerta del Sol al paso del cortejo fúnebre. Margarita Xirgu, entre lágrimas arrojó flores al paso de féretro por el Hotel París. Las juventudes socialistas trataron de hacerse con el control de la carroza fúnebre, lo que provocó enfrentamientos con las fuerzas de seguridad. Los balcones de muchas casas estaban adornados con crespones negros y los comercios de las calles recorridas por el cortejo fúnebre habían cerrado espontáneamente.

La Unión Ilustrada, 15/01/1920. Hemeroteca Digital. Biblioteca Nacional de España

Numerosas personas, especialmente mujeres y hombres del pueblo, acompañaron al escritor a pie por la calle de Alcalá hasta la Necrópolis del Este. “Galdós era del pueblo, y nadie, nadie, tan intensamente como el pueblo, ha sentido su muerte”, aseguraba El Socialista en su edición del 5 de enero. Por expreso deseo del anticlerical Galdós, el entierro tuvo lugar en el Cementerio católico de la Almudena, muy cerca del Cementerio Civil, porque el escritor quiso que sus restos reposaron junto a los de sus familiares. Por cierto, Mariano de Cavia había pedido en El Sol que se enterrara a Galdós “en el corazón de Madrid, en una de sus plazuelas, en póstumo y perenne contacto con el pueblo”. Se rezaron sendos responsos en la capilla neorrománica y al pie de la tumba. Tras la sobria ceremonia, las multitudes regresaron a pie hasta la ciudad de los vivos.

Esquela de Galdós, publicada en La Época, 5/01/1920. Hemeroteca Digital. Biblioteca Nacional de España

Un siglo después, no es fácil encontrar la tumba del gran novelista, autor teatral y periodista, ya que no está señalada en el cementerio, las letras de su lápida de granito apenas pueden leerse, desgastadas por el tiempo, y el nombre de don Benito se pierde entre los de otros familiares que le acompañan. Las instituciones políticas y culturales del estado central, como la Biblioteca Nacional y el Instituto Cervantes, las autonómicas de Canarias y Madrid, así como las municipales de Las Palmas y la capital de España han programado numerosas actividades para difundir la obra de Galdós a lo largo de 2020. Y Atacama tiene el honor de contribuir modestamente, pero con gran emoción, a estas celebraciones con nuestra participación en alguna de las muchas actividades de difusión sobre la obra y la vida del autor impulsadas por la Subdirección General de Bibliotecas de la Comunidad de Madrid y la Biblioteca Regional.

Pero lo más importante es que el autor canario continúa vivo a través de sus muchos lectores actuales, que un siglo después de su fallecimiento seguimos conmoviéndonos, disfrutando y aprendiendo con y de sus personajes, tan reales, que tenemos la impresión de que vamos a encontrarnos con alguno de ellos al doblar la esquina de una calle cualquiera de Madrid.