EL PLACER DE LA CULTURA

miércoles, 1 de julio de 2020

El rebollo del Palancar

El rebollo o melojo (quercus pyrenaica) es un árbol de la familia de las fagáceas. Se trata de un roble adaptado a un clima mediterráneo continentalizado, capaz de soportar inviernos más fríos y veranos más cálidos que los que se asientan en territorios de clima oceánico. El fino terciopelo de sus hojas, que poseen unos lóbulos muy profundos, le ayuda a protegerse de los ardientes rayos del sol estival y de las heladas primaverales. Dichas hojas son simples y caducas, sus flores crecen en pedúnculos colgantes y su fruto es la bellota.

Los rebollos se pueden encontrar sobre buena parte de los suelos silíceos de la Península Ibérica por encima de los 400 metros de altitud. En el Parque Nacional de la Sierra de Guadarrama se asientan numerosos ejemplares, algunos de ellos catalogados como singulares. En el término municipal de Rascafría, muy cerca de la carretera M-611, que une dicha localidad con Miraflores, concretamente a la altura del kilómetro 25,800 se encuentra uno de ellos, conocido como el rebollo del Palancar.  Está a pocos metros del Refugio Juvenil del mismo nombre y se accede a él a través de una pista y tras cruzar una cancela. A casi 1.400 metros sobre el nivel del mar y en medio de un prado, se eleva majestuoso este ejemplar catalogado como árbol singular de la Comunidad de Madrid con el nº 318. A menudo los rebollos forman rodales enmarañados, pero el del Palancar se alza aislado, dominando el paisaje, lo que le hace muy especial. Su tronco recto, su copa ancha, irregular pero armónica y muy ramificada y su abundante frondosidad componen una estampa monumental.

Foto: Martín Juez García, 25/06/2020   instagram.com/axoloty.cr2

El rebollo del Palancar tiene una edad aproximada de 120 años, pero sus ramas verticales demuestran que se trata de un individuo todavía joven, en proceso de crecimiento. No obstante, es uno de los ejemplares de esta especie de mayor porte que se pueden encontrar en la Comunidad de Madrid, puesto que supera los 3 metros de perímetro y los 15 de altura. Su presencia evoca la atávica veneración hacia el roble, al que se atribuía un carácter mágico y que encarnaba fuerza, longevidad y protección para nuestros antepasados. Objeto de culto, referente de rituales, testigo de juramentos, ritos de paso y decisiones comunitarias, el roble atrae al rayo y por eso se convirtió en árbol consagrado a Zeus.