EL PLACER DE LA CULTURA

jueves, 20 de febrero de 2014

Cuando el Sáhara era una verde sabana


A unos 15 kilómetros al oeste de Smara, en el Sahara Occidental, se encuentra un conjunto de sorprendentes grabados rupestres, conocidos en España desde los años 60 del pasado siglo gracias a la curiosidad del comandante de aviación Emilio Herrera. Están situados en un lugar llamado Uled Boukersh, en la margen derecha de un uadi, o cauce seco; se distribuyen a lo largo de un amontonamiento de piedras lisas y negras, características de la zona, que se extienden a lo largo de centenares de metros, semicubiertas por la arena.

Se trata de relieves ejecutados con diferentes técnicas. Tal vez los más bellos sean los realizados con línea incisa y continua, de características similares a otros del noroeste africano. Todos ellos se encuentran a la intemperie y sometidos a la erosión del desierto, aunque en las proximidades se ha construido un pequeño y sencillo museo que guarda algunos relieves y otros tesoros de tiempos remotos.

Vista parcial de la margen derecha del uadi con las rocas que incluyen grabados. Al fondo el edificio del Museo (julio 2013, foto de Beatriz García).
 
Los grabados, estudiados hace ya casi 50 años por el Museo de Prehistoria y Arqueología de Santander, representan animales, fácilmente identificables, aunque tratados de un modo esquemático: elefantes, antílopes, avestruces, jirafas, gacelas, etc. Se trata, por lo tanto, de una fauna propia de un clima y un paisaje muy diferente a los actuales.

 
Bóvido mirando hacia la derecha en una laja fragmentada por la erosión (julio 2013, foto de Beatriz García)
 

Un bello ejemplar de órix (julio 2013, foto de Beatriz García)
 
 Parecen ser representaciones asiladas e independientes, pero a veces podemos encontrar pequeñas escenas grabadas en la roca. Por ejemplo, la que muestra a un grupo de avestruces orientados hacia la izquierda; tal vez el mayor tamaño de uno los animales pueda indicarnos que se trata de una madre con dos crías.
 
Un grupo de avestruces (julio 2013, foto de Beatriz García)
 
No es fácil fechar estas obras, pertenecientes seguramente a una época neolítica remota, que los especialistas sitúan en un amplísimo abanico ente los años 8000 y 3000 a. de C. Pero más difícil aún es tratar de explicar la función original de estos grabados o deducir cuál pudo ser la motivación que llevó a aquellos hombres del pasado a realizar estas obras. Muchas veces nos sentimos movidos a reconocer en ellos símbolos mágicos, tal vez en relación con la caza, o bien a buscarles un sentido religioso o mitológico, o, por qué no, un simbolismo clánico. Creo que no puede descartarse tampoco una función meramente estética, pese a que en ocasiones nos cueste atribuir al hombre prehistórico una capacidad artística.

 
El desierto del Sahara en las proximidades de Smara (julio 2013, foto de Beatriz García)
 En cualquier caso, la ubicación de los grabados en un paraje tan bello como desolador evoca tiempos lejanos con un clima menos extremo y mucho más húmedo y un paisaje de sabana de gramíneas con abundante fauna. Otros hallazgos en forma de grabados, pinturas rupestres, geoglifos y cerámica en lugares muy alejados entre sí dentro del enorme Sahara confirman el cambio climático sufrido en esta zona en los últimos 10.000 años.  En efecto, el final del último periodo glacial, hacia el 8000 a de C., dio lugar a una fase húmeda en el actual Sahara, que fue poblado por comunidades neolíticas como las que llevaron a cabo estos relieves. Al parecer, unos 2000 años después se inició un progresivo cambio climático que provocó un aumento de las temperaturas y una disminución de las lluvias, de manera que la sabana fue dejando paso, poco a poco, al desierto que hoy reina sobre el antiguo Sahara Español. 

 

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