El 27 de enero de 1945 los soviéticos entraron en Auschwitz y liberaron a unos 7.000 internos que los guardias de las SS habían abandonado 10 días antes, cuando huyeron ante la inminente llegada del Ejército Rojo. Los nazis se habían llevado a más de 60.000 prisioneros del campo de trabajo y exterminio, los que se encontraban en un estado menos calamitoso, y a los que habían obligado a caminar hacia el interior de Alemania en lo que se conoce como “la marcha de la muerte”. Los soviéticos hallaron en el campo a los supervivientes más famélicos, incapaces de andar.
Uno de los dibujos más
impresionantes reproducidos en la muestra es el de Zinovii Tolkatchev (1903-1977),
artista judío que formó parte de las fuerzas soviéticas que liberaron Auschwitz.
Nacido en Bielorrusia, Tolkatchev había estudiado arte en Kiev y desde finales
de los años 20 pudo desarrollar una importante carrera, con destacados capítulos
como una exposición sobre la muerte de Lenin o la ilustración de numerosos
libros. Entre 1941 y 1945 sirvió como artista
oficial del Ejército Rojo y cuando llegó a Auschwitz ya había sido testigo, en
el verano de 1944, de la liberación del campo de exterminio de Majdanek. Las
terribles escenas que pudo contemplar en ambos lugares le inspiraron obras tan
impactantes como la que se reproduce en la exposición del Centro del Canal.
Los dibujos de Tolkatchev son fruto
de un impulso documental y, de hecho, fueron expuestos incluso antes de
terminar la Guerra, en el contexto de la investigación de los crímenes nazis. En
el caso del dibujo que nos ocupa es especialmente espeluznante el hecho de que
el soporte sea un papel con membrete oficial del campo. Tal vez el artista había agotado su papel de dibujo y la urgencia
de documentar el horror le impulsó a emplear un soporte como los que habían
servido para transmitir las más terribles órdenes y en el que puede leerse: Kommandantur Konzentrationslager Auschwitz. El
texto se convierte así en una parte fundamental de la obra.
En el dibujo podemos ver a una
persona, sin duda un superviviente, con la cabeza cubierta por un velo, tal vez
por ello se trate de una mujer, y las manos cubriendo su rostro. Los artistas
han explotado a lo largo de la historia la enorme capacidad expresiva del
rostro humano y de los innumerables gestos y muecas que es capaz de realizar.
Pero en este caso Tolkatchev oculta la cara de la persona retratada, lo que
parece una contradicción, y logra así transmitir una expresión de dolor
universal. Cubrir el propio rostro implica no querer mirar y a la vez impedir
ser visto, es decir expresa un rechazo a la realidad, que, parodójicamente
tiene más fuerza visual que cualquier gesto facial. La ausencia de rasgos
personales confiere a la figura una potencia universal, de manera que la mujer
representa no a una persona concreta sino a todos los supervivientes de
Auschwitz y a todos las víctimas del horror en general.
La proximidad de la figura, que ocupa
buena parte del papel, en primerísimo plano, pero que deja ver a la derecha un
somero paisaje del campo de exterminio, le confiere una conmovedora monumentalidad.
La línea es el elemento definitorio del dibujo, pero en este caso ha sido sustituida
por los vigorosos trazos, firmes y rápidos que delimitan la figura, las manos,
los dedos y los pliegues del manto y que dotan a la imagen de una gran intensidad
dramática. El sombreado, el otro componente del dibujo, tiene un papel
secundario en este caso, pero se aplica con seguridad y con una riqueza y
variedad de intensidad muy expresivas. La reserva, es decir, la superficie no
cubierta por el lápiz, tiene un gran protagonismo, sobre todo en el caso de las
manos, en contraste con los oscuros trazos de los contornos.
Todas estas características determinan
que el dibujo no exprese la felicidad por la liberación, sino la constatación
del infierno hallado por los soldados soviéticos. Las palabras de Primo Levi, escritor
italiano superviviente de Auschwitz, que acompañan en el catálogo de la
exposición al dibujo de Tolkatchev, nos ofrecen la mirada de las víctimas de
los nazis sobre los testigos soviéticos de la liberación y nos ayudan a
comprender la génesis de la obra:
Cuando [los soldados soviéticos] llegaron a la alambrada no nos saludaron
ni sonrieron. Parecían oprimidos, más que por la compasión, por una cohibición
desconcertada que les sellaba los labios y les clavaba los ojos a aquella
escena fúnebre. Era la misma vergüenza (…) que siente el hombre justo ante los
crímenes cometidos por otros, el remordimiento que producen la existencia misma
de estos crímenes y el que hayan sido introducidos de manera irrevocable en el
mundo de las cosas que existen.
No hay comentarios:
Publicar un comentario