Actualmente el Museo del Prado
recibe cada año entre dos y tres millones de visitas y no es fácil calcular cuántas
personas han disfrutado de sus salas en los doscientos años que está a punto de
cumplir. Uno de los más ilustres visitantes del pasado fue Edouard Manet
(1832-1883), el genial pintor francés precursor de la pintura moderna. Y es que
ya en el siglo XIX el Prado era un referente y una fuente de inspiración para
los artistas.
Libro de Visitas del
Prado 1864-1870. Biblioteca del Museo del Prado. Sign. L76
Portada y detalle de
la página correspondiente al 1 de septiembre de 1865
En efecto, Manet disfrutó del
Museo en septiembre de 1865 (el día 1 firmó en el Libro
de Visitantes: Edouard Manet, Francia,
artista, París), una época en la que la influencia de la pintura española es
claramente perceptible en su obra. Esta fascinación por el arte de nuestro país
había comenzado en 1859, cuando comenzó a copiar los cuadros del Museo del Louvre
atribuidos entonces a Velázquez. Manejó también reproducciones de lienzos españoles en grabados, así como la obra gráfica de Goya. Pero antes de viajar a
Madrid, su conocimiento real de la pintura hispana era muy limitado.
Por eso su estancia en España, de
unas dos semanas, fue fundamental en un periodo en el que pintó inspirado por
los temas propios de la pintura española, pero también interesado por los
recursos técnicos y formales de los artistas de nuestro país. Además del Prado
visitó la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando y Toledo. El Greco,
Goya y, sobre todo, Velázquez fueron los pintores que más atrajeron a Manet;
en este sentido, el pintor francés coincide con algunos otros de los artistas más
avanzados de la época en su interés por el autor de Las Meninas, que influyó notablemente en la pintura naturalista del
siglo XIX.
Diego Velázquez. Pablo de Valladolid. C 1635
Óleo sobre lienzo.
Museo Nacional del Prado, Madrid
De Velázquez, Manet tomó modelos
y motivos para las obras que pintó en los años 60, incluso antes de visitar el
Prado, y consideró al pintor sevillano un referente como pintor
realista, y por tanto moderno, así como por el prestigio social que consiguió
en su tiempo. En las cartas que escribió a Henri Fantin-Latour, Zacharie Astruc
y Charles Baudelaire podemos comprobar la especial fascinación que sintió por
el retrato de Pablo de Valladolid,
impresionado por la capacidad de Velázquez para hacer desaparecer el fondo y
conseguir rodear al bufón de aire. En la web
del Museo del Prado podemos encontrar más información sobre esta
obra asombrosa del pintor sevillano que tanto admiró Manet y a la que dedicó
estas palabras en una carta a Fantin Latour: "Es el más sorprendente
pedazo de pintura que jamás se haya hecho... El fondo desaparece: ¡Lo que rodea
al hombre, totalmente vestido de negro y vivo, es el aire!”
Quizás donde la influencia del retrato
de Pablo de Valladolid se aprecia con
más claridad es en el óleo titulado El
actor trágico: Philippe Rouvière en el papel de Hamlet, pintado en 1866, donde
Manet repite el modelo del retrato individual de cuerpo entero sobre un fondo casi
inexistente en el que se puede percibir ese aire que, como decía Manet,
envuelve al retratado. La austeridad de medios empleada por Velázquez, que
utilizó una gama muy limitada de colores aunque de matizaciones infinitas, la
absoluta desnudez del escenario, en el que no se distingue el suelo de la
vertical, la soledad del retratado y la indeterminación del espacio, apenas
sugerido por la postura de los pies (idéntica en ambos cuadros) y por la tenue
sombra proyectada, y el modelado sin dibujo, utilizando sólo gradaciones de
color, son componentes decididamente modernos que sin duda interesaron a Manet
y que encontramos en su retrato de Philippe
Rouvière.
Edouard Manet. El actor trágico: Philippe Rouvière en el
papel de Hamlet. 1866
Óleo sobre lienzo. National
Gallery of Art, Washington
Son muchas las obras de aquellos
años 60 en las que la huella de Velázquez está muy presente, incluso en El pífano, también de 1866, trabajo con el que Manet consiguio un realismo moderno y en el que, con una pincelada más empastada y simplificada
y un colorido también reducido pero más vivo, obtuvo la misma impresión de
esencialidad que en la obra de Velázquez. Este cuadro de Manet, rechazado por
el Salón de París de 1866, recibió sin embargo el apoyo entusiasta de Émile
Zola en varios artículos.
Edouard Manet. El pífano. 1866
Óleo sobre lienzo. Musée
d’Orsay, París
Doscientos años después de su
apertura y cuando han pasado más de ciento cincuenta desde la visita de Manet,
el Museo del Prado sigue siendo una indispensable universidad para los artistas
y una inagotable fuente de placer y conocimiento para los que somos simples espectadores.
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