Visitar el cenacolo del
convento de Santa Maria della Grazie de Milán es una de las experiencias más emocionantes que puede disfrutar el amante del arte. Allí pintó Leonardo da Vinci entre 1495
y 1498 su inolvidable Última Cena en una pared del refectorio para que los
frailes pudieran recordar durante cada comida que su vida en comunidad debía ser una proyección de la de Cristo y sus apóstoles.
En 1788 Johann Wolfgang Goethe
tuvo la oportunidad de visitar el lugar durante su decisivo viaje a Italia, lo
que le permitió escribir un importante artículo, publicado en 1817, del que
podemos leer una excelente traducción en el libro: J.W. Goethe. Escritos de arte.
Traducción, edición y notas de Miguel Salmerón. Síntesis, Madrid, 1999, p.
265-269. El escritor alemán vio la obra de Leonardo ya muy deteriorada a causa
de la poco ortodoxa técnica utilizada por el artista italiano para pintar sobre
el muro.
Johann Heinrich Wilhem Tischbein. Goethe en la campiña romana. 1787 Städel Museum , Fráncfort
En el citado artículo Goethe defiende
que el arte sólo llega a la perfección cuando es libre y obedece a sus propias
leyes, con la Última Cena pintada por Leonardo como ejemplo. El autor nacido en
Fráncfort alaba el talento del artista toscano a la hora de pintar el motivo en
un espacio como el refectorio milanés: “Es difícil concebir un motivo más apropiado
y noble para un refectorio que una cena de despedida a la que todo el mundo
acabaría considerando santa”. Y reflexiona: “A la hora de la comida
debía resultar interesante ver las mesas del prior y de Cristo en oposición
mutua y, encerrados entre ambas, a los frailes comiendo. Por esta razón fue un
acierto del pintor tomar como modelo las mesas de los frailes y tampoco hay
duda de que el mantel con sus pliegues, las rayas de su estampado, y sus
extremos abotonados procedían de la lavandería del convento. Las fuentes, los platos,
los vasos y demás vajilla eran probablemente copia de los que utilizaban los
frailes”.

Más adelante, Goethe subraya la expresividad y el
realismo de la escena pintada por Leonardo y señala que “el estímulo que
emplea el artista para que se agite en la mesa la santa y tranquila compañía
son las palabras del Maestro: “Uno de vosotros me entregará”. Las palabras han sido proferidas y toda la compañía
está desolada, pero Él tiene la cabeza inclinada y la mirada hundida, la
actitud, el movimiento de los brazos, de las manos, todo parece repetir con
celestial resignación las tristes palabras que el silencio mismo refuerza: “En
verdad os digo que uno de vosotros me entregará”. El escritor alemán explica también la composición de
la obra y la variedad de expresiones de los apóstoles, a los que analiza individualmente.
En este sentido, Goethe destaca la importancia del movimiento de las manos de
los personajes representados: “Éste sólo puede ser percibido por un
italiano. En su nación todo el cuerpo tiene vida: todas sus partes participan
en la expresión de los sentimientos, de la pasión, del pensamiento. Por medio de diversas posiciones y
movimientos de las manos el italiano da a entender frases como: “¡A mí que me importa!”,
“Vamos, hombre”, “Éste es un pícaro, cuidado con él”, “Ya no vivirá mucho”, “Ahí
está”, “El que oiga que me atienda”.