El granadino Federico García
Lorca fue uno de los muchos madrileños de adopción que formaron parte de los
círculos intelectuales de la capital durante los años 20 y 30 del pasado siglo.
Llegó a Madrid en 1919, con 21 años, aunque ya había realizado previamente un par de viajes
de estudios a la ciudad. Se instaló en la mítica Residencia de
Estudiantes, donde residió hasta 1926. En Madrid estudió, escribió, publicó y
amó. Después de dejar la Residencia vivió en distintos domicilios, aunque pasó
largas temporadas fuera de Madrid, ciudad que abandonó definitivamente el 13 de
julio de 1936, apenas un mes antes de ser asesinado.
En las primeras cartas que
escribió a su familia desde Madrid se mostraba contento y aseguraba que la
capital iba muy bien con su carácter. Indudablemente Madrid fue fundamental
para su evolución humana y artística. Lorca encontró a orillas del Manzanares
la libertad, el ambiente y las relaciones que necesitaba para desarrollarse
como persona y como escritor e intelectual.
Algunos de sus contertulios
granadinos de “El Rinconcillo” se habían trasladado ya a la capital antes que
él y, en marzo de 1919 uno de ellos, José Mora Guarnido, escribía a Federico
desde Madrid: “Debías venir aquí; dile a tu padre en mi nombre que te haría,
mandándote aquí, más favor que con haberte traído al mundo”. Pero no fue
fácil convencer a su padre de que le permitiera trasladarse a Madrid para
continuar con sus estudios desde la Residencia de Estudiantes. Sólo lo consiguió gracias a la intervención de Fernando de los Ríos, catedrático de la Universidad de Granada y futuro dirigente socialista y ministro de la II República. En la primavera
de ese año Federico llegó a Madrid con cartas de recomendación de don Fernando para Juan Ramón
Jiménez y para Alberto Jiménez Fraud, director de la Residencia de Estudiantes.
Y aunque no había plaza, le admitieron a partir del 1 de octubre, después de
pasar el verano en Granada.
Federico en el jardín de las adelfas de la Residencia de Estudiantes de Madrid en 1919
Así recordaba mucho después, en
1957, Jiménez Fraud, la llegada de Federico: “… veo, sin embargo,
claramente, la entrada en mi despacho de aquel joven moreno, de frente
despejada, ojos soñadores y sonriente expresión, que venía a Madrid a solicitar
su entrada en la Residencia. No recuerdo qué dificultades tendríamos ahora para
conceder una nueva plaza, pero al ver al nuevo aspirante le consideré en el
acto como miembro de nuestra Casa, que tanto se preciaba de saber seleccionar a
sus colegiales. Siguió una larga conversación, que él y yo prolongamos con
gusto. El resultado de la entrevista fueron los diez años de estancia de
Federico en la Residencia: de 1918 a 1928”.
Muy pronto Lorca se sintió
aceptado por sus compañeros y comprobó la cantidad de oportunidades y de relaciones
personales que le ofrecía la Residencia y la ciudad. Allí inició su amistad con
Luis Buñuel (pese a sus grandes diferencias de personalidad y talante), Pepin
Bello y José Moreno Villa, entre otros, y se reencontró con Emilio Prados. Nada más llegar a Madrid fue
recibido muy cariñosamente por Juan Ramón Jiménez y Zenobia Camprubí; el poeta
llevó a Federico al Teatro Eslava, donde Lorca acabaría más tarde estrenando su primera
obra, con un sonado fracaso, El Maleficio de la mariposa. Eduardo
Marquina le acompañó al Teatro Lara para asistir al estreno de la obra de Benavente
La honra de los hombres. En diciembre de aquel 1919 acudió al Apolo a escuchar al compositor y guitarrista granadino Ángel Barrios, miembro de la
tertulia de El Rinconcillo. Federico escribió a sus padres para contarles el
éxito de su amigo.
Tras aquellos excitantes primeros
meses en la capital de España fue a pasar las Navidades con su familia a
Granada, pero a principios de 1920 regresó a la Residencia de Estudiantes de
Madrid.
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