En La Desheredada Benito Pérez Galdós nos
ofrece una imagen muy completa de la romería de San Isidro en la segunda mitad
del siglo XIX. La novela fue publicada en 1881, pero la acción se sitúa en la
década de los años 70, entre el Sexenio Revolucionario y la Restauración
Borbónica. Pueden establecerse evidentes diferencias, pero también coincidencias
con la fiesta actual, si leemos el siguiente fragmento, que sitúa a Isidora
Rufete, protagonista de la novela, en la romería:
Entre su doncella y la peinadora la vistieron de chula rica. Aquella
mañanita de San Isidro, mientras duró el atavío chulesco, todo era regocijo en
la casa, todo risas y alegrías. Don José andaba a gatas sirviendo de caballo a Riquín, ya vestido desde el amanecer
de Dios, y Mariano cantaba en la cocina rasgueando una guitarra. El vestirse de
mujer de pueblo, lejos de ofender el orgullo de Isidora, encajaba bien dentro
de él, porque era en verdad cosa bonita y graciosa que una gran dama tuviera el
antojo de disfrazarse para presenciar más a su gusto las fiestas y
divertimientos del pueblo. En varias novelas de malos y de buenos autores había
visto Isidora caprichos semejantes, y también en una célebre zarzuela y en una
ópera. Si esto pensaba cuando la doncella y peinadora la estaban vistiendo,
luego que se vio totalmente ataviada y pudo contemplarse entera en el gran
espejo del armario de luna, quedó prendada de sí misma, se miró absorta y se
embebeció mirándose, ¡tan atrozmente guapa estaba! El peinado era una obra
maestra, gran sinfonía de cabellos, y sus hermosos ojos brillaban al amparo de
la frente rameada de sortijillas, como los polluelos del sol anidados en una
nube. No le faltaba nada, ni el mantón de Manila, ni el pañuelo de seda en la
cabeza, empingorotado como una graciosa mitra, ni el vestido negro de gran cola
y alto por delante para mostrar un calzado maravilloso, ni los ricos anillos,
entre los cuales descollaba la indispensable haba de mar. En
medio de Madrid surgía, como un esfuerzo de la Naturaleza que a muchos
parecería aberración del arte de la forma, la Venus flamenca. Don José estaba
medio lelo, y si fuera poeta no dejara de cantar en sáficos la novísima
encarnación de la huéspeda de Gnido y Pafos.
"Costumbres populares de Madrid. La romería de San Isidro del Campo". Dibujo de Daniel Perea, publicado en La Ilustración Española y Americana, 15/5/1875, página 8. |
Salieron gozosos,
acomodándose en una carretela que alquiló Isidora..., y a vivir. Llegaron a la
pradera. Isidora sentía un regocijo febril y salvaje. Todo le llamaba la
atención, todo era un motivo de grata sorpresa, de asombro y de risa. Su alma
revoloteaba en el espacio libre de la alegría, cual mariposa acabada de nacer.
Almorzaron en un ventorrillo. Nunca había comido Isidora cosas tan ricas.
¡Cuánto rieron viendo cómo se atracaba Mariano! Don José compró dos pitos, uno
para Riquín y otro para él, y
ambos estuvieron pita que te pitarás todo el santo día. Si hubieran dejado a
Isidora hacer su gusto, habría comprado lo menos dos docenas de botijos, uno de
cada forma. Pero no compró más que cuatro. De todas las fruslerías hizo acopio,
y los bolsillos de la pandilla llenáronse de avellanas, piñones, garbanzos
torrados, pastelillos y cuanto Dios y la tía Javiera criaron. Nunca como
entonces le saltó el dinero en el bolsillo y le escoció en las manos,
pidiéndole, por extraño modo, que lo gastase. Lo gastaba a manos llenas, y si
hubiera llevado mil duros, los habría liquidado también. A los pobres sin
número les daba lo que salía en la mano. A todos los cojos, estropeados, seres
contrahechos y lastimosos, les arrojaba una moneda. Por último, se le antojó
también pitar, y compró el más largo, el más floreado y sonoro de los pitos
posibles. Mariano y la doncella también pitaron.
Visitó
la ermita y el cementerio, y por último, no queriendo acabar el día sin
experimentar todas las emociones que ofrecía la pradera, visitó una por una las
innobles instalaciones donde se encierran fenómenos para asombro de los
paletos; vio la mujer con barbas, la giganta, la enana, el cordero con seis
patas, las serpientes, os ratas tigres provenientes do Japao,
y otras mil rarezas y prodigios. Por dondequiera que pasaba, recibía una
ovación. Preguntaban todos quién era, y oía una algarabía infinita de requiebros,
flores, atrevimientos y galanterías, desde la más fina a la más grosera. Cuando
se retiró estaba embriagada de todo menos de vino, porque apenas lo probara,
embriagada de luz, de ruido, de placer, de sorpresa, de polvo, de gentío, de
pitazos, de coches, de ayes de mendigos, de pregones, de blasfemias, de
vanidad, de agua del Santo.
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