EL PLACER DE LA CULTURA

lunes, 27 de noviembre de 2017

El ascenso de Galdós al Vesubio

Benito Pérez Galdós realizó un viaje por Italia en 1888, siguiendo los pasos de innumerables viajeros ilustres. En su particular grand tour recorrió Roma, Verona, Venecia, Florencia, Padua, Bolonia, Nápoles y Pompeya y en sus Memorias de un desmemoriado (1915-1916) dejó un breve testimonio de sus observaciones sobre el país transalpino. Uno de los relatos más interesantes es el que se refiere a su ascensión al Vesubio en compañía de su amigo José Alcalá Galiano y de otros viajeros, en su mayoría ingleses con la famosa guía Baedeker bajo el brazo; dos jóvenes anglosajonas llamaron especialmente la atención del escritor canario:

En la expedición se empleó un día de sol a sol. La primera parte se hace en coche por laderas preciosas cubiertas de viñas; a cada paso salían mujeres y niños ofreciéndonos uvas riquísimas. A la altura del Observatorio tomamos el tren funicular, y ¡arriba!, ¡arriba!


Entre nuestros compañeros de viaje predominaban los hijos de Albión, armados de Baedeker, con gruesos zapatones, indumento varonil en uno y otro sexo. Terminada la subida, nos hallamos al pie del cono de piedra pómez. Para llegar al cráter era requisito indispensable entenderse con los guías que hacen este servicio mediante un crecido estipendio. Dos hombres acompañaban a cada viajero, llevándole agarrado por ambos brazos. No olvidaré nunca el fatigoso avance por unos senderos en zigzag, pisando lavas ardientes, recibiendo a cada paso humaredas asfixiantes de vapores sulfúreos. El trayecto, aunque no es largo, se hace interminable por las dificultades del paso sobre el suelo movedizo y ardiente. Por fin, nuestros guías nos llevaron al borde del cráter y nos asomaron a él, sujetándonos fuertemente. ¡Horrendo espectáculo! De la honda cavidad brotaba con resoplido intermitente un chorro de fuego entre cuyas llamaradas veíamos pedazos de materias incandescentes que caían ante nuestros ojos con estrépito. Al lado nuestro, dos intrépidas inglesas, agarradas fuertemente por sus guías, no hacían más que gritar: “Oooh! Wonderfull!”

Imagen del Vesubio en 1883, cinco años antes del viaje de Galdós,
obtenida por  el fotógrafo alemán Giorgio Sommer 

La contemplación del cráter no podía durar más que segundos, porque el calor nos ahogaba. Bajamos a tropezones como autómatas, respirando azufre y doloridos de todo el cuerpo. Volvimos al funicular, donde encontramos a nuestras compañeras de cráter, las damitas inglesas. Cambiamos impresiones sobre lo que habíamos visto, porque Galiano poseía muy bien el inglés, y acabamos por hacernos amigos. Ellas pensaban ir a Palermo y subir al Etna. Yo, en inglés chapurreado, les di a entender que en cuestiones de cráteres en actividad me he quedado satisfecho con uno, y gracias.



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