Benito Pérez Galdós realizó un viaje por Italia en 1888, siguiendo los
pasos de innumerables viajeros ilustres. En su particular grand tour recorrió
Roma, Verona, Venecia, Florencia, Padua, Bolonia, Nápoles y Pompeya y en sus Memorias de un desmemoriado (1915-1916)
dejó un breve testimonio de sus observaciones sobre el país transalpino. Uno de
los relatos más interesantes es el que se refiere a su ascensión al Vesubio en
compañía de su amigo José Alcalá Galiano y de otros viajeros, en su mayoría
ingleses con la famosa guía Baedeker bajo el brazo; dos jóvenes anglosajonas
llamaron especialmente la atención del escritor canario:
En la
expedición se empleó un día de sol a sol. La primera parte se hace en coche por
laderas preciosas cubiertas de viñas; a cada paso salían mujeres y niños
ofreciéndonos uvas riquísimas. A la altura del Observatorio tomamos el tren
funicular, y ¡arriba!, ¡arriba!
Entre
nuestros compañeros de viaje predominaban los hijos de Albión, armados de
Baedeker, con gruesos zapatones, indumento varonil en uno y otro sexo.
Terminada la subida, nos hallamos al pie del cono de piedra pómez. Para llegar
al cráter era requisito indispensable entenderse con los guías que hacen este
servicio mediante un crecido estipendio. Dos hombres acompañaban a cada
viajero, llevándole agarrado por ambos brazos. No olvidaré nunca el fatigoso
avance por unos senderos en zigzag, pisando lavas ardientes, recibiendo a cada
paso humaredas asfixiantes de vapores sulfúreos. El trayecto, aunque no es
largo, se hace interminable por las dificultades del paso sobre el suelo
movedizo y ardiente. Por fin, nuestros guías nos llevaron al borde del cráter y
nos asomaron a él, sujetándonos fuertemente. ¡Horrendo espectáculo! De la honda
cavidad brotaba con resoplido intermitente un chorro de fuego entre cuyas
llamaradas veíamos pedazos de materias incandescentes que caían ante nuestros
ojos con estrépito. Al lado nuestro, dos intrépidas inglesas, agarradas
fuertemente por sus guías, no hacían más que gritar: “Oooh! Wonderfull!”
Imagen del Vesubio en 1883, cinco años antes del viaje de Galdós,
obtenida por el fotógrafo alemán Giorgio Sommer
La
contemplación del cráter no podía durar más que segundos, porque el calor nos
ahogaba. Bajamos a tropezones como autómatas, respirando azufre y doloridos de
todo el cuerpo. Volvimos al funicular, donde encontramos a nuestras compañeras
de cráter, las damitas inglesas. Cambiamos impresiones sobre lo que habíamos
visto, porque Galiano poseía muy bien el inglés, y acabamos por hacernos
amigos. Ellas pensaban ir a Palermo y subir al Etna. Yo, en inglés chapurreado,
les di a entender que en cuestiones de cráteres en actividad me he quedado
satisfecho con uno, y gracias.
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