San Bartolomé, uno de los doce
compañeros de Jesús, predicó, según la tradición, en la India, Armenia y otras remotas
regiones. Recibió un martirio atroz: le arrancaron la piel de su cuerpo cuando
aún estaba vivo y luego le cortaron la cabeza.
La iconografía cristiana le ha
representado a lo largo de los siglos generalmente llevando su propia piel en
los brazos, un cuchillo en una mano y un libro en la otra, que aluden
respectivamente al desollamiento y a la predicación de los Evangelios. También
puede aparecer con la cabeza de un dios pagano o con un diablo encadenado, en
recuerdo de sendos episodios protagonizados por el apóstol durante su misión:
una estatua de una divinidad se derrumbó en su presencia y encadenó al diablo
que habitaba en otra.
En el crucero de la catedral de
Milán se encuentra una turbadora escultura de mármol que representa al apóstol con
un descarnado (mejor dicho, desollado) realismo. Fue realizada en 1562 por
Marco d’Agrate (c. 1504-1574), perteneciente a una importante dinastía de
escultores milaneses.
San Bartolomé está representado
sin su piel, con los músculos del cuerpo, los tendones y las venas visibles, en
un alarde realista, comparable a las ilustraciones que aparecen en los libros
de anatomía del Renacimiento. Lleva en la mano izquierda el habitual libro y con
la derecha sujeta un extremo de la piel, que corresponde precisamente con la
mano; la piel cubre parcialmente su descarnada desnudez a modo de túnica. El
rostro del apóstol, con la mirada perdida, revela un dolor contenido y
profundo.
La figura destaca también por su contraposto, ya que se apoya sobre una
pierna mientras deja la otra relajada, de manera que la cadera forma una curva
praxiteliana. De ahí la inscripción que el escultor incluyó en la base de la
estatua, muy expresiva de la elevada consideración que el artista lombardo
tenía de sí mismo: “NON ME PRAXITELES SED MARCO FINXIT AGRAT”, es decir: “NO ME
HIZO PRAXÍTELES, SINO MARCO D’AGRATE”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario