Así titulaba el diario El
Imparcial a toda página, con el antetítulo “Duelo nacional”. “Esta
madrugada a las tres y media se extinguió la gloriosa vida de D. Benito Pérez
Galdós”, informaba en el subtítulo. Un magnífico dibujo de Salvador
Bartolozzi centra la primera página, donde se detalla la noticia, acompañada de una amplia
semblanza del escritor que se extiende hasta la segunda del periódico publicado el 4 de enero de 1920.
Portada
de El Imparcial, 4/01/1920. Hemeroteca Digital. Biblioteca Nacional de España
Toda la prensa de Madrid expresó su dolor por la
muerte del gran escritor, aunque se publicaron muy diversas valoraciones sobre
su figura y su obra. En El Sol, Clarín, Pérez de Ayala y Menéndez y
Pelayo le dedicaron elogiosas palabras. En El Liberal, escribieron Unamuno, Ortega Munilla, Gregorio Marañón y Enrique Borrás. La prensa más
conservadora se mostró en general respetuosa, pero no ocultó sus desavenencias
ideológicas con Galdós. Hombres muy alejados
en este sentido de don Benito, como el citado Menéndez y Pelayo o Antonio Maura no
ocultaron su admiración por el autor de Fortunata y Jacinta. Pero algunos escritores, cuyo nombre es mejor
no recordar, lanzaron críticas vehementes sobre su compañero. Los diarios
recogieron también las manifestaciones de duelo procedentes de otros lugares de
España, en especial de las islas Canarias, y del extranjero.
Casi 58 años después de
su llegada a Madrid, Benito Pérez Galdós, fallecía en la casa de su sobrino José
Hurtado de Mendoza en la calle de Hilarión Eslava, donde había vivido los
últimos años de su existencia. La muerte le llegó en la madrugada del 4 de
enero de 1920, cuando tenía 76 años. En los últimos días le acompañaron, además
de su sobrino, su hija María, su yerno Juan, su secretario, su criado y algunos
otros allegados.
Apuntes
del cadáver de don Benito, publicados en El Liberal, 5/01/1920. Hemeroteca
Digital. Biblioteca Nacional de España
Apunte del cadáver de don Benito, publicado en El Sol, 5/01/1920. Hemeroteca Digital.
Biblioteca Nacional de España
Los problemas de salud del
escritor se habían iniciado a principios del siglo XX y agravado poco después con
la ceguera, causada por una enfermedad neurológica, a la que se sumaron la
arterioesclerosis y la hipertensión. Galdós entonces se recluyó y vivió los
últimos años en la soledad y el silencio y su figura fue cayendo en el olvido. Desde
el verano de 1919 no volvió a salir a la calle y recibía en casa las atenciones
del doctor Marañón.
La capilla ardiente se
instaló en el despacho de don Benito, en la planta baja del hotel de Hurtado de
Mendoza. El cadáver, cubierto con la bandera nacional y a los pies de un gran
crucifijo, permaneció todo el día 4 de enero en el edificio, hoy desparecido,
pero recordado mediante una placa instalada en un moderno inmueble en el número
7 de la calle de Hilarión Eslava.
Pasaron por el domicilio
numerosas personas, entre ellas “el general de ingenieros señor Rodríguez
Mourelo, quien en representación y en nombre del Rey, expresó á la familia el
sentimiento que en la Casa Real ha producido el fallecimiento del glorioso
autor de los Episodios Nacionales”, según informó La Época. Por su
parte, El Imparcial recogió la visita de diferentes personalidades, como
el ministro de Instrucción Pública, Emilia Pardo Bazán, el torero Machaquito,
ahijado de Pérez Galdós, la actriz Margarita Xirgu, el alcalde de Madrid, el escritor
Jacinto Benavente, los hermanos Álvarez Quintero, así como “significadas
damas de la aristocracia, modestas obreras y obreros” y, en
definitiva, “todo Madrid”. La mayor parte de los periódicos señalaron
que don Benito murió cristianamente, lo que algunos especialistas han puesto en
duda o han negado posteriormente.
Galdós fue despedido
con admiración y cariño por la ciudad que tanto amó. Miles de personas pasaron
por su capilla ardiente formada el día 5 en el patio de cristales de la Casa de
la Villa. Según La Época, “la
inmensa cola que se situaba á la puerta del Ayuntamiento llegaba hasta la
Capitanía general”. El diario El Sol del día 6 afirmaba que “nunca
como en la mañana de ayer tuvo más justificada su denominación la Casa de la
Villa, que invadieron las más genuinas representaciones del pueblo y de la
clase media. Ancianos y chicuelos, viejas y mozas, cuyos atavíos revelaban
desde la posición más humilde hasta la que permite hollar, sin traspasarlos,
los linderos del lujo, penetraban en la segunda Casa Consistorial, sin cortedad
ni apasionamiento, con la naturalidad propia de quienes llegan a su vivienda
propia”.
El entierro fue sufragado por el Estado. Poco
después de las tres de la tarde el cadáver fue transportado a hombros hasta la
carroza fúnebre. El desfile recorrió la calle Mayor hacia el este, abierto por
la guardia municipal a caballo, seguida por los bomberos y al compás de la
música interpretada por la banda municipal, bajo la dirección del maestro Villa.
Detrás iban cinco carruajes con las coronas dedicadas al fallecido y las presidencias
del duelo con el gobierno en pleno y representantes del Congreso y el Senado, el
Ayuntamiento, las reales academias, las universidades, el Ateneo y otras
instituciones culturales, la Asociación de la Prensa y la de Autores, la Casa
del Pueblo y un gran número de madrileños anónimos. No obstante, se produjeron
importantes ausencias, como la de la Institución Libre de Enseñanza y la de los
escritores del 98 y de generaciones literarias posteriores, algo que ya señaló
hace algunos años Pablo Beltrán de Heredia. Según El Liberal, “entre la masa
humara que llenaba la calle Mayor, y en medio del silencio religioso, una voz
resonó potente gritando: ¡Viva Galdós! El vítor encontró eco en el
gentío, que respondió unánime a aquella manifestación inesperada y sencilla,
que tan bien traducía la proclamación de la inmortalidad del hombre excelso”.
También la polémica, que acompañó toda su vida a
don Benito, estuvo presente en su entierro, ya que el Gobierno no concedió
honores militares al cadáver del escritor, lo que provocó las protestas de los
intelectuales y políticos izquierdistas. Los diarios progresistas mostraron su
airada repulsa por la tibia, a su juicio, implicación gubernamental en el
entierro.
Mundo
Gráfico, 7/01/1920. Hemeroteca Digital. Biblioteca Nacional de España
Una multitud ocupó la Puerta del Sol al
paso del cortejo fúnebre. Margarita Xirgu, entre lágrimas arrojó flores al paso
de féretro por el Hotel París. Las juventudes socialistas trataron de hacerse
con el control de la carroza fúnebre, lo que provocó enfrentamientos con las
fuerzas de seguridad. Los balcones de muchas casas estaban adornados con
crespones negros y los comercios de las calles recorridas por el cortejo
fúnebre habían cerrado espontáneamente.
La
Unión Ilustrada, 15/01/1920. Hemeroteca Digital. Biblioteca Nacional de España
Numerosas personas, especialmente mujeres
y hombres del pueblo, acompañaron al escritor a pie por la calle de Alcalá
hasta la Necrópolis del Este. “Galdós era del pueblo, y nadie, nadie, tan
intensamente como el pueblo, ha sentido su muerte”, aseguraba El
Socialista en su edición del 5 de enero. Por expreso deseo del anticlerical
Galdós, el entierro tuvo lugar en el Cementerio católico de la Almudena, muy
cerca del Cementerio Civil, porque el escritor quiso que sus restos reposaron
junto a los de sus familiares. Por cierto, Mariano de Cavia había pedido en El
Sol que se enterrara a Galdós “en el corazón de Madrid,
en una de sus plazuelas, en póstumo y perenne contacto con el pueblo”.
Se rezaron sendos responsos en la capilla
neorrománica y al pie de la tumba. Tras la sobria ceremonia, las multitudes
regresaron a pie hasta la ciudad de los vivos.
Esquela
de Galdós, publicada en La Época, 5/01/1920. Hemeroteca Digital. Biblioteca
Nacional de España
Un siglo después, no es
fácil encontrar la tumba del gran novelista, autor teatral y periodista, ya que
no está señalada en el cementerio, las letras de su lápida de granito apenas
pueden leerse, desgastadas por el tiempo, y el nombre de don Benito se pierde
entre los de otros familiares que le acompañan. Las
instituciones políticas y culturales del estado central, como la Biblioteca
Nacional y el Instituto Cervantes, las autonómicas de Canarias y Madrid, así
como las municipales de Las Palmas y la capital de España han programado
numerosas actividades para difundir la obra de Galdós a lo largo de 2020. Y
Atacama tiene el honor de contribuir modestamente, pero con gran emoción, a
estas celebraciones con nuestra participación en alguna de las muchas
actividades de difusión sobre la obra y la vida del autor impulsadas por la
Subdirección General de Bibliotecas de la Comunidad de Madrid y la Biblioteca
Regional.
Pero lo más importante es
que el autor canario continúa vivo a través de sus muchos lectores actuales,
que un siglo después de su fallecimiento seguimos conmoviéndonos, disfrutando y
aprendiendo con y de sus personajes, tan reales, que tenemos la impresión de
que vamos a encontrarnos con alguno de ellos al doblar la esquina de una calle
cualquiera de Madrid.
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