El 31 de enero de 1820, hace
exactamente 200 años, nació en la localidad coruñesa de Ferrol Concepción
Arenal, autora de la frase que da título a esta entrada. Fue una mujer
extraordinaria, que destacó en distintos campos y que tuvo que vencer muchas
dificultades para ser independiente y poder desarrollar sus numerosas
inquietudes.
Le marcó el heroico ejemplo de su
padre, fallecido en prisión cuando Concepción tenía sólo nueve años, condenado
por sus ideas liberales en plena tiranía de Fernando VII. También la oposición
de su madre a que estudiara más allá de los rudimentarios conocimientos que
necesitaba en su época una joven de buena familia. Pero superó todos los
obstáculos y estudió la carrera de Derecho, al principio vestida de hombre,
pero una vez descubierta, aceptada en la Universidad Central de Madrid, si bien
no pudo matricularse por su condición de mujer, por lo que nunca obtuvo el
título correspondiente.
Fotografía del Servicio Histórico
Municipal. C. 1934. Monumento a Concepción Arenal en su ubicación original en
el parque del Oeste. Actualmente se encuentra en el ángulo formado por los
paseos de Rosales y Moret.
Museo de Historia, Madrid
Se casó en 1848 con el abogado y
periodista Fernando García Carrasco, que no puso obstáculos al desarrollo de la
vida profesional de Arenal. Con su marido, Concepción, de nuevo disfrazada de
hombre, acudía a las tertulias del madrileño café Iris, situado en el pasaje
del mismo nombre que discurría entre la calle de Alcalá y la carrera de san Jerónimo.
Arenal sobresalió como escritora,
una de las más importantes de la España del siglo XIX. Desde los años 50 hasta
el final de sus días, en 1893, publicó obras literarias de géneros diversos,
artículos en los principales diarios y revistas, además de numerosos ensayos.
Cabecera de La Voz de la Caridad
Otro de los ámbitos en los que
Arenal llevó a cabo una labor encomiable fue en el terreno de la política
penitenciaria. Entre 1864 y 1865 fue visitadora de prisiones femeninas, la
primera mujer que ostentaba este cargo, pero fue cesada por sus ideas
progresistas. En efecto, defendió reformas del código penal y del sistema de
prisiones, la reinserción de los presos y la abolición de la esclavitud en las
colonias españolas desde posiciones próximas al krausismo y publicó numerosas
obras al respecto. La Revolución del 68 la designó inspectora de Casas de
Corrección de Mujeres y mantuvo su cargo durante cinco años, aunque con un
creciente escepticismo ante la timidez de las reformas impulsadas durante el
Sexenio. Denunció enérgicamente la terrible situación de prisiones y hospicios
en La Voz de la Caridad, periódico fundado por ella con apoyo de
importantes mujeres y hombres de la época.
Asimismo, Arenal destacó como
promotora de acciones benéficas, desde una perspectiva católica y reformista.
En este sentido, fue muy importante su amistad con el violinista Jesús de
Monasterio, hombre piadoso, fundador de las Conferencias de San Vicente de Paúl.
Arenal instituyó la sección femenina de dicha sociedad en 1859 y ya no abandonó
nunca el trabajo humanitario. Impulsó, con otras personalidades de la época, la
Constructora Benéfica, que aún hoy sigue funcionando integrada en Cáritas.
También trabajó denodadamente en la organización de la rama femenina de la Cruz
Roja.
Fue además una activista a la que
se considera pionera del movimiento feminista en España. A modo de ejemplo
puede mencionarse su ensayo La mujer del porvenir, donde Concepción
defendía el derecho de la mujer a la educación y criticaba las teorías que
afirmaban la superioridad del hombre según criterios biológicos. En 1860
publicó el ensayo La beneficencia, la filantropía y la caridad con el
nombre de su hijo Fernando, el único de los tres que llegó a la edad adulta, y
obtuvo el premio de la Academia de Ciencias Morales y Políticas; cuando la
Academia descubrió la identidad de la verdadera autora acabó otorgando el
premio a Concepción, pese a que no había precedentes de mujeres galardonadas.
Durante el Sexenio Revolucionario se entregó a la cuestión de la educación de
la mujer y se relacionó con krausistas como Fernando de Castro, Francisco Giner
de los Ríos, y Gumersindo de Azcárate. Publicó obras sin precedentes en España
que abogaban por una verdadera revolución en la formación de las mujeres y
defendió su capacidad intelectual. Fue muy crítica con la actitud pasiva de la
mayor parte de las mujeres de la burguesía de su tiempo.
Arenal fue, en definitiva, una
mujer que nos ha dejado un riquísimo legado, poco conocido, que la celebración
del segundo centenario de su nacimiento debería recuperar. Luchadora,
inteligente, ambiciosa en el mejor sentido de la palabra, defensora de causas
difíciles y justas, fue criticada por su fe católica tanto como por su
progresismo. En cualquier caso, sus ideas sirvieron para mejorar la España del
siglo XIX. La biografía escrita por Anna Caballé, Concepción Arenal, la
caminante y su sombra, fue galardonada el año pasado con el Premio Nacional
de Historia de España y es un excelente medio para acercarse a la pensadora y
activista gallega. Toda su obra está disponible en la biblioteca virtual Miguel de Cervantes.
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