En 1885 la diócesis de Madrid-Alcalá se segregó de la archidiócesis de Toledo. Culminaba así un larguísimo proceso, que se remonta al menos a 1561, cuando Felipe II decidió establecer la sede de la Corte de manera permanente en Madrid. Desde entonces, la ciudad trató de obtener la independencia con respecto a la sede de Toledo, tropezando siempre la negativa del arzobispo toledano. La Corte de la monarquía católica más importante no contó, por tanto, con obispado, ni por consiguiente, catedral, ni con los Austrias, ni con los Borbones del siglo XVIII. Tampoco la capital liberal que se fue consolidando en el siglo XIX consiguió arrancar a Toledo este privilegio hasta el último año de reinado de Alfonso XII.
Narciso Martínez Izquierdo fue el primer obispo de Madrid-Alcalá. Además de haber desarrollado una brillante carrera eclesiástica, que le había llevado a ser obispo de Salamanca, destacó por su participación en la política como diputado y senador desde las filas carlistas. Sin embargo, poco más de un año después de la creación de la diócesis, Martínez Izquierdo fue asesinado en la escalinata de acceso a la catedral provisional (durante más de un siglo) de Madrid, la actual colegiata de San Isidro. Así daba noticia de los hechos la edición de la noche del 18 de abril de 1886, domingo de Ramos, del diario monárquico liberal El Día, con un lenguaje muy alejado de la prensa actual:
“Adornaban la entrada del templo el romero florido, que traía a la ciudad el aroma del campo; el olivo, símbolo de la paz; la palma erguida y gallarda que esperaba la bendición del sacerdote para ser colgada en el balcón de la casa y alejar de allí las desdichas.
Todo ha sido turbado por el horrible crimen que ha derramado la sangre del prelado en las gradas del templo, donde iba a desempeñar su elevada misión.
La sotana morada, que debía ser cubierta con las vestiduras pontificales, está extendida sobre la mesa del juzgado de guardia al lado del revólver, que ha servido para cometer el crimen.
El prelado, que salió de su palacio para hacer descender la bendición del cielo sobre los ramos y las palmas, yace tendido en humilde catre de hierro en una dependencia de la catedral…”
Según El Día los hechos tuvieron lugar de esta forma:
“A las diez y media llegaba el obispo en su carruaje a la catedral. A derecha e izquierda de las escaleras del templo había numerosos fieles que deseaban besar el anillo pastoral del prelado. El clero ocupaba el atril. Su eminencia desciende del coche y comienza a subir pausadamente las escaleras contestando con cariño a los saludos que recibía. Al poner el pie en el tercer peldaño el prelado, se dirige hacia éste un hombre vestido de sacerdote, quítase el sombrero, inclínase con fingido respeto, y sacando del bolsillo de la sotana un revólver, dispara tres tiros sobre el obispo, el cual cae ensangrentado en brazos de varias personas que más próximas a la suya estaban...”
Más adelante continúa la información de El Día, haciendo una breve semblanza del sacerdote, que fue inmediatamente detenido. Se trataba de “Cayetano Galeote; tiene de treinta y siete a cuarenta años de edad (en realidad tenía 47); es alto y de tez morena. Nació en Vélez-Málaga; es, aunque parece inverosímil, sacerdote. Vivía en la casa número 31 de la calle Mayor…”
El obispo falleció al día siguiente como consecuencia de las heridas de bala y está enterrado en la propia colegiata. El cura Galeote explicó que asesinó al obispo para restituir lo que él consideraba una injusticia y una deshonra: había sido destituido de la capilla del Cristo de la Salud, del desaparecido hospital de Antón Martín, y había solicitado en repetidas ocasiones a Martínez Izquierdo y a otras autoridades su reposición; ante la negativa, amenazó al obispo y terminó asesinándolo. Galeote fue condenado a muerte, pero acabó recluido de por vida en el manicomio de Leganés.
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