El Ayuntamiento de Madrid donó a la Corona en 1817 una finca de recreo situada en el extremo sur de la ciudad, cuyo muro de cerramiento meridional coincidía con la cerca de la villa en el tramo que discurría entre la puerta de Toledo y el portillo de Embajadores. El municipio la había adquirido tras el regreso de Fernando VII en 1814, ya que la mayor parte de ella había pertenecido a Manuel Romero, ministro de José Bonaparte, y antes a la comunidad de San Cayetano y al mayorazgo de Gil Imón.
El nombre que recibió el nuevo Sitio Real fue el de Casino de la Reina, ya que la donación municipal de abril de 1817 se realizó con motivo del segundo embarazo de la reina Isabel de Braganza, segunda esposa de Fernando VII. Estaba situada entre las actuales calles de Ribera de Curtidores, Casino, Embajadores y Ronda de Toledo.
Romero había construido un palacete y jardines con terrazas, emparrados y fuentes, que la reina Isabel quiso transformar en un pequeño Trianon, aunque falleció sólo un año y medio después de la formación del Real Sitio.
Fernando VII y luego su hija Isabel II continuaron con las obras arquitectónicas y jardineras en la finca, con la intervención de los arquitectos reales, como Antonio López Aguado y Narciso Pascual y Colomer, escultores de la talla de José Tomás, pintores tan destacados como Vicente López o jardineros como Santos Santolín, José Ramos Amat o Fidel Amat de Gatineau.
El Casino de la Reina en el Plano de Madrid de Ibáñez de Ibero. 1874 |
El Casino de la Reina fue un pintoresco espacio de recreo de la familia real, en el que tampoco se despreciaban las funciones productivas, como la explotación hortofrutícola, la cría de peces o la producción de mantequilla. Se plantaron árboles de sombra y frutales, arbustos y flores y se crearon varios emparrados. Una ría navegable recorría la finca de norte a sur, con una gruta y un dique en forma de rotonda. Se erigieron templetes chinescos, cenadores, una casa rústica, dos invernaderos, una capilla, puentecitos de madera o de piedra, esculturas y un palacete, que se conserva, aunque muy transformado. Contaba con una puerta monumental, abierta al sur, ubicada desde 1885 en la entrada al Retiro por la plaza de la Independencia.
Mesonero Romanos describió así el lugar: “el precioso jardín llamado el Casino de la Reina, que mide nada menos que la considerable extensión de más de 13 fanegas de tierra, y en su centro tiene un lindísimo palacio, decorado con ellas pinturas al fresco y suntuoso adorno de muebles. Este magnífico jardín y mansión Real, una de las más preciadas curiosidades de Madrid, fue conocido en lo antiguo por la Huerta del clérigo Bayo, y adquirido por la villa de Madrid en 1816 para regalarlo a la reina doña María Isabel de Braganza. El principal ingreso a esta Real posesión por la parte de la Ronda consiste en una elegante portada de granito, decorada con dos columnas dóricas a cada lado, con remates y adornos correspondientes y separados por una verja de hierro” (Ramón de Mesonero Romanos. El antiguo Madrid: paseos histórico-anecdóticos por las calles y casas de esta villa, Madrid, 1881, t. II, p. 209).
El palacete, de planta rectangular, contaba con dos plantas y estaba cubierto con un chapitel central. En su salón principal, decoraba el techo un lienzo al temple de Vicente López que representaba una alegoría de la donación del Casino a Isabel de Braganza. Hoy se encuentra en el Museo del Prado e incluye una pequeña representación del edificio.
Vicente López. Alegoría de la donación del Casino a la reina Isabel de Braganza por el Ayuntamiento de Madrid. 1818. Museo Nacional del Prado |
Detalle del citado cuadro, en el que se puede ver el palacete del Casino de la Reina |
La historia del Casino como real sitio terminó en 1871, cuando se ubicó en él provisionalmente (durante 24 años) y “harto impropiamente”, según Mesonero Romanos, el Museo Arqueológico Nacional (Íbid., t. II, p. 349). Se inició así una larga decadencia de la finca que continuó cuando a finales del siglo XIX, aunque el Museo se trasladó al monumental Palacio de la calle Serrano, vio construir en su solar la sede de la Escuela de Veterinaria, bello edificio de Francisco Jareño, transformado en los años 60 del pasado siglo en el Instituto de Enseñanza Secundaria Cervantes. A comienzos del siglo XX llegó la actual verja que rodea el jardín, procedente de los desparecidos Jardines del Buen Retiro, que dejaron su sitio al Palacio de Comunicaciones. La reforma de finales de la pasada centuria ha mejorado el mutilado jardín, que hoy es un espacio público que conserva algunos vestigios del antiguo Real Sitio, pero que ha perdido su esplendor original. Los almeces y las acacias del Japón, casi bicentenarios, son los testigos mudos y frondosos de esta historia.
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