EL PLACER DE LA CULTURA

lunes, 28 de marzo de 2016

Zahara en El Jarama


La Cafetería Zahara, situada en el nº 31 de la Gran Via de Madrid, desapareció en 2010. Había nacido en 1930, diseñada por los arquitectos Secundino Zuazo, Carlos Arniches y Martín Domínguez. Su lenguaje arquitectónico y decorativo era claramente racionalista, definido por su carácter funcional y una elegante sobriedad. Sucesivas obras lo fueron transformando hasta desfigurarlo completamente.

Fachada del Café Zahara en la Gran Vía en 1930. Revista Arquitectura, 1930, nº 16
 En la novela El Jarama, de Rafael Sánchez Ferlosio, podemos comprobar que la cafetería conservaba  en 1955, fecha de la publicación del libro, todo su carácter emblemático como uno de los faros de la modernidad de la Gran Vía, como un símbolo de la ciudad de Madrid frente a la ruralidad del valle del Jarama. En este palpitante diálogo entre Lucio, Carmelo y Mauricio, tres de los representantes de lo rural en la novela, se dibuja la imagen de Madrid visto desde el campo. Sin duda la contraposición entre los dos ámbitos es una de las claves de la obra:

 
– Ninguno está conforme con lo que tiene – dijo Lucio -. Siempre se echa de menos lo contrario.

– Sí, lo que es – replicaba Carmelo -; como estuviera yo en los Madriles, escapado iba a echar yo de menos todo esto de aquí. Mejor campando por tus respetos en un Madrid, aunque sea no siendo uno nadie, que alcalde en Torrejón, con toda la importancia de ese pueblo. Si ya lo dice la gente: «De Madrid al cielo», ahí está; con eso ya queda dicho.

El carnicero se volvió, sonriendo, hacia él.

– Bueno, ¿y tú qué harías en un Madrid?, vamos a ver. Cuéntanoslo.

– ¿Yo…? ¿Que qué haría…? – se le encendía la cara -. ¿Qué es lo que haría yo en Madrid? – chasqueó con la lengua, como el que va a empezar a relatar alguna cosa alucinante-. Pues, lo primero… Me iba a un sastre. A que me hiciese un traje pero bien. Por todo lo alto. Un terno de quinientas pesetas…

Se pasaba las manos por la raída chaquetilla, como si la transfigurase. Mauricio le interrumpió:

– ¿De quinientas pesetas? ¿Pero tú qué te crees que te cuestan los trajes a la medida en Madrid? Con quinientas pesetas ni el chaleco, hijo mío.

– Pues las que hiciesen falta – dijo el otro -. Quien dice quinientas, dice setecientas…

– Bueno, hombre, sigue. Pongamos que con setecientas te alcanzaba para ponerte siquiera medio decente. ¿Luego qué hacías?, a ver. Continúa.

– Pues luego, me salía yo a la calle, con mi trajecito encima, bien maqueado, pañuelo de seda aquí, en el bolsillo este de arriba, ¿eh?, mi corbata, un reloj de pulsera de estos cronométricos, y me iba a darme un paseo por la Gran Vía. Poquito; ida y vuelta nada más, y descansado, para sentarme a renglón seguido en la terraza de un café, ¿cómo se llama ése?, Zahara, en la terraza del Zahara. Allí ya, bien repantigado, daba unas palmaditas – hizo el gesto de darlas -; y en esto, el camarero: un doble de cerveza así de alto con… con una buena ración de patatas fritas, eso es. Ah, y el limpia. Que me mandase en seguida al limpiabotas para sacarme brillo a los zapatos…

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