La Cafetería Zahara, situada en el nº 31 de la Gran Via de Madrid,
desapareció en 2010. Había nacido en 1930, diseñada por los arquitectos
Secundino Zuazo, Carlos Arniches y Martín Domínguez. Su lenguaje arquitectónico
y decorativo era claramente racionalista, definido por su carácter funcional y
una elegante sobriedad. Sucesivas obras lo fueron
transformando hasta desfigurarlo completamente.
Fachada del Café Zahara en la Gran Vía en 1930. Revista Arquitectura, 1930, nº 16
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– Sí, lo que es – replicaba Carmelo -; como estuviera
yo en los Madriles, escapado iba a echar yo de menos todo esto de aquí. Mejor
campando por tus respetos en un Madrid, aunque sea no siendo uno nadie, que
alcalde en Torrejón, con toda la importancia de ese pueblo. Si ya lo dice la
gente: «De Madrid al cielo», ahí está; con eso ya queda dicho.
El carnicero se volvió, sonriendo, hacia él.
– Bueno, ¿y tú qué harías en un Madrid?, vamos a ver.
Cuéntanoslo.
– ¿Yo…? ¿Que qué haría…? – se le encendía la cara -.
¿Qué es lo que haría yo en Madrid? – chasqueó con la lengua, como el que va a
empezar a relatar alguna cosa alucinante-. Pues, lo primero… Me iba a un
sastre. A que me hiciese un traje pero bien. Por todo lo alto. Un terno de
quinientas pesetas…
Se pasaba las manos por la raída chaquetilla, como si
la transfigurase. Mauricio le interrumpió:
– ¿De quinientas pesetas? ¿Pero tú qué te crees que te
cuestan los trajes a la medida en Madrid? Con quinientas pesetas ni el chaleco,
hijo mío.
– Pues las que hiciesen falta – dijo el otro -. Quien
dice quinientas, dice setecientas…
– Bueno, hombre, sigue. Pongamos que con setecientas
te alcanzaba para ponerte siquiera medio decente. ¿Luego qué hacías?, a ver.
Continúa.
– Pues luego, me salía yo a la calle, con mi trajecito
encima, bien maqueado, pañuelo de seda aquí, en el bolsillo este de arriba,
¿eh?, mi corbata, un reloj de pulsera de estos cronométricos, y me iba a darme
un paseo por la Gran Vía. Poquito; ida y vuelta nada más, y descansado, para
sentarme a renglón seguido en la terraza de un café, ¿cómo se llama ése?,
Zahara, en la terraza del Zahara. Allí ya, bien repantigado, daba unas
palmaditas – hizo el gesto de darlas -; y en esto, el camarero: un doble de
cerveza así de alto con… con una buena ración de patatas fritas, eso es. Ah, y
el limpia. Que me mandase en seguida al limpiabotas para sacarme brillo a los
zapatos…
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