Portada de la segunda edición de La Desheredada, de Benito Pérez Galdós Madrid, Librería de Perlado, Páez y Cª, 1909 |
En el capítulo XIV puede leerse lo siguiente:
Llegó Navidad, llegaron esos días de niebla y regocijo en que Madrid
parece un manicomio suelto. Los hombres son atacados de una fiebre que se
manifiesta en tres modos distintos: el delirio de la gula, la calentura de la
lotería y el tétanos de las propinas. Todo lo que es espiritual, moral y
delicado, todo lo que es del alma, huye o se eclipsa. La conmemoración más
grande del mundo cristiano se celebra con el desencadenamiento de todos los
apetitos. Hasta el arte se encanalla. Los teatros dan mamarracho, o la
caricatura del Gran Misterio en nacimiento sacrílegos. Los cómicos hacen su
agosto; la gente de mal vivir, hembras inclusive, alardea de su desvergüenza;
los borrachos se multiplican. Tabernas, lupanares y garitos revientan de gente,
y con las palabras obscenas y chabacanas que se pronuncian estos días habría
bastante ponzoña para inficionar una generación entera. No hay más que un
pensamiento: la orgía. No se puede andar por las calles, porque se triplica en
ellas el tránsito de la gente afanada, que va y viene aprisa. Los hombres,
cargados de regalos, nos atropellan, y a lo mejor se siente uno abofeteado por
una cabeza de capón o pavo que a nuestro lado pasa.
Las confiterías y tiendas de comidas
ofrecen en sus vitrinas una abundancia eructante y pesada que, por la vista,
ataruga el estómago. No bastan las tiendas, y en esquinas y rincones se alzan
montañas de mazapán, canteras de turrón, donde el hacha del alicantino corta y
recorta sin agotarlas nunca. Las pescaderías inundan de cuanto Dios crió en
mares del Norte y del Sur. Sobre un fondo de esteras coloca Valencia sus naranjas,
cidras y granadas rojas, llenas de apretados rubíes. En los barrios pobres las
instalaciones son igualmente abundantes; pero la baratura declara la
inferioridad del género. Hay una caliza dulzona que se vende por turrón, y unas
aceitunas negras que nadan en tinta. De la Plaza Mayor hacia el Sur escasea el
mazapán cuanto abunda el cascajo. La escala gradual de la gastronomía abraza
desde los refinamientos de Pecastaing, Prast y la Mahonesa, hasta la cuartilla
de bellota y la pasta de higos pasados que se vende en una tabla portátil hacia
las Yeserías. El enorme pez de Pascuas comprende todas las partes y substancias
de cosa pescada, desde el ruso caviar hasta el escabeche y el arenque
de barril, que brilla como el oro y quema como el fuego.
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