EL PLACER DE LA CULTURA

viernes, 25 de enero de 2013

El pasado atacameño de una antropóloga

Estas navidades recibí una comunicación inesperada que me puso en contacto directo con una parte de mi pasado, precisamente el que da nombre a nuestra empresa de servicios culturales y de la que parte la idea motora que impulsa nuestras vidas. Reproduzco a continuación la entrada que Horacio Larraín ha escrito en su blog de Eco-antropología: enlace


Una visita inesperada

Acaeció en un día cálido de Marzo del año 1994,  en la ciudad de Iquique, Norte de Chile.  Golpea a la puerta de nuestra casa  de Pasaje Dolores 3272 una extraña  y sorprendente figura.  Calzando zapatos de terreno, descomunal  mochila al hombro y  sombrero alón aparecía  un ser femenino pequeño, de ojos  vivaces y rostro redondo preguntando por el Dr. Larrain. ¿Vive aquí  el Dr. Larrain?,  interrogó con  un rápido e inescapable  dejo  español,  esbozando  una de esas sonrisas que conquistan a primera vista. Era una menuda joven antropóloga de 25 años,   recién llegada de Madrid,  con su rutilante título bajo el brazo,  que pretendía ir a conocer de cerca el  modo de vida y el pensamiento político de los  aymaras chilenos.  Llamábase la niña - porque eso parecía: solo una niña- Beatriz García Traba, y venía especialmente recomendada por el  arqueólogo   chileno Patricio Núñez Henríquez, del Instituto de Investigaciones Antropológicas  de la Universidad de Antofagasta.

Un acogedor hogar aymara en Cariquima 

 ¿Cómo negarse a recibirla en casa con tal recomendación?  Venía agotada y sudorosa, casi oculta  debajo de su gigantesca y descomunal mochila. No he podido nunca olvidar esa escena hasta hoy. Marta, mi esposa,  la ayudó a trepar la pequeña escalinata  y  a los pocos minutos, ella "se sentía en casa", mejor dicho, nosotros  nos sentíamos "en casa" con ella, como  un miembro más de nuestra pequeña familia. Un par de semanas disfrutamos de su gratísima compañía, mientras preparaba su ingreso al territorio de la  etnia aymara, concretamente en Cariquima y Chijo, junto a la frontera con Bolivia donde la esperaba el hogar de don Antonio y la señora  Elena. Se había propuesto estudiar en su Universidad, la Universidad Complutense de Madrid, como tema de su tesis doctoral,  un tópico difícil y complejo: el proceso de desarrollo político del mundo aymara chileno y su dirigencia  en el contexto de un régimen  político dictatorial: en la época del gobierno militar regido entonces por el  general Augusto Pinochet  Ugarte. Tema candente, complicado y riesgoso, en época de  férrea dictadura militar.


Experiencias  vivas en el mundo aymara campesino.

Como antropólogo cultural, pensé que las tierras de pastoreo y el hogar de mi ex compañero de curso de Lengua aymara  en Arica (dirigido por don Manuel Mamani), don Antonio Moscoso,  que vivía en  el pueblo fronterizo de Cariquima y  en la estancia de pastoreo de Chijo  serían el lugar ideal para que la joven española  se hiciera lugareña,  e "hiciera sus primeras armas" en la etnografía  local aymara.  Así se hizo. Y muy pronto veríamos a nuestra frágil y simpática Beatriz, vestida a la usanza aymara, "pasteando" el ganado,  trasquilando ovejas y recogiendo leña de tola en los faldeos cordilleranos de Chijo (Fotos Figuras 1 a 3). A don Antonio y su mujer acompañaban   su hijo, el  adolescente  Daniel Moscoso y su hermana  Elena. Ésta última   era de la  misma edad que Beatriz, y pronto se  hicieron buenas amigas.


En la estancia ganadera de Chijo.

Así,  en la intimidad cordillerana de Chijo, en el hogar de los Moscoso Mamani, vivió Beatriz varias semanas, como una hija más,  empapándose del modo de vida, cultura y cosmovisión de esta típica y ejemplar familia aymara  tarapaqueña.  Las fotos que aquí presentamos, tomadas en aquellos años por la propia Beatriz y enviadas expresamente por su autora  para ambientar este capítulo del  Blog, nos ofrecen  una cuenta gráfica, palpitante  de emoción y recuerdos,  de su breve aclimatación  a la vida  del pastor andino.


Viviendo  en terreno la "observación participante".

 Los antropólogos culturales  -a  diferencia de nuestros amigos los sociólogos-  usamos como método básico y fundamental de aproximación a nuestra realidad de estudio, de la "observación participante", método simple pero riquísimo que consiste en empaparse del modo de vida del grupo humano que queremos estudiar, siguiendo lo más exactamente posible  la rutina diaria de una familia en su propio ambiente y tomando nota cuidadosa  de su habitat,  su geografía y ecología concreta,  sus vivencias  religiosas, al ritmo lento y cansino de la horas del día dese el temprano amanecer, en su  incesante ir y venir del ganado entre la aguada, el corral, el bofedal  y los pastizales de altura. Al antropólogo en lo posible nada debe escapársele, todo lo debe tratar de señalar y describir para lograr de este modo  penetrar en las claves  más recónditas  de su cultura. Un acompañamiento cercano que ojalá  pueda  extenderse a un año completo,  con todas estaciones  y cambios de clima. Sólo así resulta posible entender y por ende, respetar el modo de vida aymara, sus tradiciones y su historia multisecular.


De  este inolvidable período de su vida, Beatriz  nos ha anotado hoy, de su puño y letra:

"Nunca pensé que en diciembre de 2012 el pasado llamaría a mi puerta a través de las nuevas tecnologías. La misiva del Facebook decía así: "Hola, Beatriz, soy Daniel hijo de Antonio Moscoso y Elena Mamami: no sé si me recuerdas, me acabo de recibir de antropólogo en la Universidad".  Automáticamente  mi mente voló casi veinte años atrás recordando a un chiquillo de ojos despiertos y sonrisa fácil con el que compartí unas semanas en Cariquima junto con sus  padres y su hermana Elena. Su Padre, Don Antonio, era una persona excepcional, con un interés  por la historia y la antropología, realmente llamativo.  Imagino lo orgulloso que estará de su hijo.
Su madre procuró en todo momento que me sintiese como en casa y aún recuerdo las cenas de "pescaditos", con granos de maíz,  y la quínoa con [carne] de llama. Como se puede ver en una de las fotos ,compartí con ellos unos días  en su pequeña cabaña de pastoreo; allí me dejaron participar en sus actividades y doña Elena hiló parte de la lana recién esquilada y me la regaló. Ya en España, mi tía me la tejió y aún hoy  sigo utilizando esa bufanda tan especial.  Al tener [yo]  la misma edad que su hermana Elena, la estancia  con ellos fue realmente acogedora, y las conversaciones muy enriquecedoras para una joven antropóloga que  quería saber realmente cómo se vivía en el altiplano chileno.
Hay cosas que no se pagan, como el cariño que me dieron esos días,  ni el que tantos años después, ese niño, ya mayor, se haya puesto en contacto conmigo para saludarme  y,  además, con la agradable noticia de que como antropólogo, podrá ayudar a su pueblo y seguir defendiendo sus derechos continuando así la estela de algunos de sus familiares,  férreos luchadores de lo s derechos del pueblo aymara".

(Hasta aquí el texto enviado  en estos días por Beatriz desde Madrid, como complemento a este capítulo).

Beatriz García con Daniel Moscoso. Año 1994. Chijo

Beatriz García con Antonio Moscoso esquilando llamas. 1994. Chijo, altiplano chileno

La metamorfosis de un pastor altiplánico.

Pasaron raudos los años. La Universidad Bolivariana  decide abrir la carrera de Antropología y Arqueología en Iquique. Se inicia el año escolar del año 2003 con  un grupo de quince estudiantes de la Carrera. Entre sus profesores estaban el Dr. Mario Rivera,  el Dr. Juan Van Kessel,  el Dr. Horacio Larrain  y los profesores  Olaff Olmos,  Patricio Arriaza  y  Orlando Acosta, entre otros varios. 

Nuevos alumnos, expectantes,  pisan las flamantes aulas universitarias de la recién inaugurada  Sede de Iquique de la Universidad Bolivariana. Entre ellos,   hay un espigado joven aymara, silencioso y retraído,  de nariz aguileña y de rostro curtido por el sol  y los vientos impetuosos de la puna: Daniel Moscoso Mamani. Se ha hecho  realidad, en unos pocos años,  una casi increíble metamorfosis: el pastor de antaño, de chullo y ojotas, ahora se ha convertido en un serio estudiante de Antropología. Fueron años duros de estudio para el joven Daniel, acostumbrado a esquilar ovejas y llamas o cazar guanacos, pero  poco adicto a manejar el lápiz  y el cuaderno de notas. Entre sus compañeros, casi todos tarapaqueños, están Vïctor Bugueño  hijo y nieto de empleados y obreros salitreros, Cristian Riffo Torres,  hijo de un obrero del Mineral de cobre de Chiuicamata, María José Capetillo, joven originaria de Mamiña, de probable y muy antiguo ancestro quechua, Luis Pérez Reyes que nació en una isla  del lejano Golfo de Reloncaví   (Isla Maillen) y otros más, casi todos ellos de origen obrero, pampino o agricultor. Sin duda, es un destacable mérito  y motivo de orgullo de la Universidad Bolivariana  el haber abierto sus puertas en Iquique a  hijos de sencillos trabajadores que por vez primera  se insertaban, entre nerviosos y  expectantes,  en un ambiente académico de alta exigencia.   

Y llegó el gran día: la graduación académica.

Nunca podré yo olvidar las palabras con que el papá de Daniel, don Antonio Moscoso, mi antiguo compañero de un Curso de lengua aymara en Arica en 1985,  nos pidiera, casi en son de súplica,  en  aquel Marzo del 2003, que "hiciéramos todo lo posible porque su hijo llegara al final de su carrera".  Y en esta graduación  del año 2012, Daniel alcanzó la meta tan deseada: ser un Antropólogo para ayudar y defender a su gente y a su pueblo.

Horacio Larraín y Daniel Moscoso. 2012. Iquique, Chile


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