EL PLACER DE LA CULTURA

sábado, 30 de diciembre de 2023

El Café de San Joaquín, en Fortunata y Jacinta

El café de San Joaquín abrió a mediados del siglo XIX y cerró en 1899. Estaba situado en la esquina entre la acera septentrional de la calle de San Joaquín y la de Fuencarral, con entrada por el nº 2 de la primera y el 89 de la segunda, como podemos ver, por ejemplo, en la Guía comercial de Madrid publicada con datos del Anuario del Comercio (Bailly-Bailliere) del año 1899, pág. 318:

Era un café cantante, uno de los mencionados por Galdós en Fortunata y Jacinta. El escritor canario se extiende y recrea en la descripción de su ambiente, lo que es muy de agradecer porque no son muchas las fuentes de información sobre este local que se conocen. Galdós lo caracteriza claramente como un café de barrio, alejado entonces del centro, como queda claro cuando el narrador subraya el contraste con la situación del café del Siglo, que estaba en la céntrica calle de Carretas. En efecto, se indica que Juan Pablo, el hermano de Maxi,  trasladó en cierto momento del desarrollo de la narración su tertulia desde uno hasta otro:

En esta nueva emigración, deseando estar lo más lejos posible del Siglo, se fue a San Joaquín, en la calle de Fuencarral, y no se corrió más al Norte porque no había cafés en las latitudes altas de Madrid. Pero en esta deserción, ya no le acompañaron ni D. Basilio Andrés de la Caña, ni Montes; este porque San Joaquín estaba donde Cristo dio las tres voces, aquel porque ya se iba cargando de la pertinencia con que Rubín se burlaba de sus profecías sobre la proximidad de la Restauración. El mismo D. Evaristo Feijoo le siguió de mal humor, diciéndole con desabrimiento que no le gustaban los cafés de piano, y que el género y la sociedad no debían ser de lo mejor en aquellas alturas. Estuvieron solos algunos días. No veían por allí caras de amigos, hasta que una noche se apareció en el local una pareja conocida. Eran Feliciana y Olmedo, el estudiante de farmacia amigo de Maxi.

Detalle del Plano Parcelario de Madrid, editado por el Instituto Geográfico y Estadístico
1875 (1871-1874). Se ha señalado la ubicación del café de San Joaquín. Más al norte se puede ver el edificio del Tribunal de Cuentas, construido bajo la dirección de Francisco Jareño
Y continúa la descripción centrándose en los tipos del café, con referencias a edificios cercanos, como el Tribunal de Cuentas, el colegio de Sordomudos, que estaba ubicado donde actualmente se encuentra el instituto San Mateo, y el mercado de San Ildefonso, que ocupaba el solar de la actual plaza del mismo nombre. Se mencionan también los corruptos guindillas, los guardias municipales, que guindaban, es decir, hurtaban, robaban:

Era sin duda cosa delicada para dicha delante de testigos, y estos eran: Olmedo con Feliciana, el pianista ciego, que en los descansos solía agregarse a aquella plácida tertulia, y una señora jamona, fiel parroquiana del café de nueve a doce. La llamaban doña María de las Nieves, y era una de las figuras más notables que presenta Madrid en la variadísima serie de los tipos de café. Iba algunas veces sola, otras con una mujer de mantón borrego que parecía verdulera acomodada. Llevaba toquilla de color corinto, que se quitaba al sentarse, y al punto se le armaba en la mesa una tertulia de hombres, compuesta de los siguientes personajes: un portero del Colegio de Sordo-Mudos, un empleado del Tribunal de Cuentas, un teniente viejo, de la clase de tropa, retirado del servicio, y dos individuos que tenían puesto de carne y frutas en la plaza de San Ildefonso. En esta sociedad reinaba doña Nieves como en un salón, siendo ella la que pronunciaba las frases maliciosas y chispeantes sobre el suceso del día, y los otros los que las reían. Corríase algunas veces hacia la mesa inmediata, sobre todo a última hora, cuando sus amigos, gente que tenía que madrugar, empezaba a desertar del local. Entonces se formaba una segunda peña. Doña Nieves, bien digerido el café, tomaba chocolate, y acompañábanla Juan Pablo, Feijoo, el pianista ciego, Feliciana, Olmedo y algún otro. El mozo mismo, que había llegado a familiarizarse con aquella sociedad, se agregaba también, tomando asiento a un extremo del corro para escuchar y aplaudir. Doña Nieves era propietaria de algunos puestos del mercado y los arrendaba; por esto, así como por sus muchas relaciones, los diferentes tratos en que andaba y los anticipos que hacía a las placeras, ejercía cierto caciquismo en la plazuela. Se hacía respetar de los guindillas, protegiendo al débil contra el fuerte y a los contraventores de las Ordenanzas urbanas contra la tiranía municipal.