EL PLACER DE LA CULTURA

lunes, 28 de febrero de 2011

Viajeros por el conocimiento

La exposición de la Residencia de Estudiantes reúne en un espacio relativamente pequeño el interés del hombre por conocer su pasado al margen de las fronteras, el tiempo y las diferencias culturales.

La Residencia inicia su andadura en 1910 y gracias al auspicio del Duque de Alba, presidente del Comité Hispano-Inglés, se produjo entre los años 20 hasta el comienzo de la guerra civil una fructífera colaboración hispano-inglesa que dio lugar a un importante intercambio científico entre ambos países de manera que muchos investigadores de primera fila pasaron por la Residencia mostrando sus descubrimientos antes incluso de que éstos fueran publicados en revistas científicas.

La muestra expone las investigaciones en diferentes campos del saber humano desde la prehistoria, la etnología y la arqueología hasta los retos geográficos. Son 9 los protagonistas: Obermaier (Altamira), Joyce (cultura maya), Frobenius (etnología de África), Woolley (Mesopotamia), Howard Carter (Egipto), Pelliot (Turquestán), Hackin (Afganistán), Iglesias (Brasil) y la primera escalada al Everest de C. G. Bruce. Todos ellos pasaron por la Residencia dictando conferencias y asistiendo en algunos casos a las proyecciones del material que habían traído.

La exposición, por la variedad de desarrollos culturales mostrados, es una magnífica ocasión para reflexionar sobre las diferentes soluciones culturales que el homo sapiens ha ensayado en los últimos 17.000 años pasando del nivel de cazador-recolector a la organización en pequeñas bandas, tribus y jefaturas hasta llegar al nivel estatal. Es igualmente interesante ver que cuando el hombre ya no encuentra como “subir” de manera simbólica al cielo (a través de pirámides en Egipto, Yucatán o zigurats en Mesopotamia) decide él mismo escalar el techo del mundo.

Es también una ocasión para reflexionar sobre las diferentes concepciones religiosas relativas a la inmortalidad, la vida en el más allá, el comportamiento correcto durante nuestro paso terrenal, las distintas concepciones de Dios en diferentes culturas y cómo las soluciones que se dan giran alrededor de la eterna preocupación humana sobre la muerte ya expresada magistralmente en el poema de Gilgamesh, héroe mítico formado en 2/3 partes con “material” divino y en 1/3 con materia humana y por tanto mortal.

Se debe también reflexionar sobre hechos grabados en el inconsciente humano como el Diluvio que aparece recogido en tradiciones tan alejadas como la maya (códice Dresde, Popol Vuh) y la mesopotámica a través del poema anteriormente citado y que, por su extraordinaria similitud, sirvió de base a nuestro conocido episodio bíblico.

Encontramos también dos salas dedicadas al arte búdico, por un lado la expedición de Hackin y su recorrido por la religión budista de carácter no teísta –elemento muy interesante- y por otro el descubrimiento de Pelliot de una importante biblioteca con información sobre las religiones, las lenguas y la historia de la China medieval a lo largo de un milenio. Emociona y apena a la vez, ver las fotografías tomadas durante la expedición de Hackin sobre los gigantescos budas de Bamiyán, destrozados hace apenas unos años por los taliban.

Fotografía de Harry Burton. 1924

Para saber más sobre la exposición pincha Aquí

sábado, 26 de febrero de 2011

José Bonaparte en el origen de la plaza de Oriente

Sin duda, los principales espacios abiertos por iniciativa de José I en el abigarrado Madrid de principios del siglo XIX fueron los del entorno del Palacio Real, en especial el solar que dio lugar a la Plaza de Oriente. Los derribos que los originaron, que retomaban con mayor audacia ideas de arquitectos reales del siglo XVIII, como Sachetti y Sabatini, se realizaron por real decreto de 14 de diciembre de 1809. Juan de Villanueva dirigió las demoliciones de las manzanas situadas al sur y al este del Palacio, que se llevaron a cabo después de indemnizar a los dueños de las casas. Las primeras manzanas demolidas fueron las meridionales, es decir la 444, la 445 y otras sin numerar y, a continuación, las ubicadas a oriente, como la 431, la 432, la 433, el Convento de San Gil y el pasadizo de la Encarnación, donde se encontraba la Biblioteca Real. Más tarde se añadieron las que llevaban los números 437, 438, 439, 442 y 443, así como la iglesia de San Juan, cuyo solar acabó formando parte de la posterior plaza de Ramales.

Los reales decretos de 3 de marzo y 4 de agosto de 1810 regularon las indemnizaciones a los dueños de las casas derribadas y establecieron la forma de llevar a cabo las tasaciones. Los certificados eran emitidos por arquitectos designados por la Dirección General de Bienes Nacionales.

Es evidente, por lo tanto, que se proyectaba una gran plaza al este del Palacio, aunque no se conoce ninguna propuesta concreta de la época y, de hecho, durante mucho tiempo permaneció sin urbanizar. Según Mesonero Romanos, existía también un plan para trazar una gran avenida hasta la puerta del Sol siguiendo el trazado de la calle de Arenal. Por último, se encargó a Villanueva ajardinar el espacio situado entre la fachada norte del Palacio y las Caballerizas, que estaban ubicadas donde actualmente se encuentran los Jardines de Sabatini.

Si comparamos los magníficos planos de Tomás y Juan López, padre e hijo, podemos apreciar la importancia de las demoliciones realizadas por orden de José I a oriente de Palacio. El primero de los planos, publicado en 1785, representa el Madrid que encontró José Bonaparte, ya que recoge las obras ordenadas por Fernando VI y Carlos III, las últimas de importancia antes de 1808. El plano de Juan López, realizado a instancias de José I y publicado en 1812, es en realidad es una copia actualizada del anterior que recoge las reformas impulsadas por el rey

A continuación ofrecemos los detalles de ambos planos, primero el de Tomás López (1785)...



... y a continuación el de Juan López (1812)



Más información aquí

lunes, 21 de febrero de 2011

Neptuno en el Paseo del Prado

La principal reforma urbana en Madrid del reinado de Carlos III fue la creación del llamado Salón del Prado. Se puso en marcha a partir de 1767, con proyecto de José de Hermosilla, que fue modificado tras su fallecimiento por Ventura Rodríguez. El impulsor de la ambiciosa idea fue el conde de Aranda, nuevo presidente del Consejo de Castilla tras la grave crisis del Motín de Esquilache en 1766, que decidió transformar el desordenado, silvestre y variopinto Prado de San Jerónimo de los Austrias.

El nuevo paseo recibió el nombre de Salón del Prado tras las importantes obras de nivelación del terreno, plantación de árboles y canalización del arroyo de la Fuente Castellana. Pero fueron tres monumentales fuentes, con sus obras hidráulicas correspondientes, los trabajos más destacados. Ventura Rodríguez, Maestro Mayor de la Villa y de sus Fuentes y Viajes de Agua, fue el encargado de su diseño y diferentes escultores materializaron el proyecto.

El arquitecto puso todo su genio al servicio del diseño de las fuentes, adornadas las tres con figuras mitológicas: Cibeles, Apolo y Neptuno. Esta última, la situada en el extremo meridional del Salón, está formada por un pilón circular en el que, sobre una representación en piedra de las olas marinas, se eleva una carroza en forma de caracola con ruedas de aspas, tirada por caballos marinos, que porta a Neptuno en pie. Varios tritones rodean el carro y funcionan como surtidores. Neptuno, identificado con el Poseidón griego, gobierna sobre los océanos y mares.

Ventura Rodríguez. Fuente de Neptuno (1777).
Museo de Historia de Madrid
(www.monumentamadrid.es)


Imagen actual de la Fuente de Neptuno

El grupo escultórico, cuyo diseño está inspirado en modelos barrocos italianos, fue encargado al anciano Juan Pascual de Mena, que tuvo que delegar en su discípulo José Arias. Manuel Tolsa, José Guerra, José Rodríguez y Pablo de la Cerda intervinieron también en la carroza en forma de concha, los delfines y el agua.

El dios porta un majestuoso tridente, con el que desencadenaba tempestades, y que recuerda a las armas de los pescadores de atún del Mediterráneo antiguo. En la otra mano lleva una serpiente. La figura vertical del dios marino se alza hierática sobre un peculiar carro en forma de concha tirado por dos agitados caballos marinos, que contrastan con la serenidad majestuosa de Neptuno. En el carro destacan las llamativas ruedas, muy similares a las de los ingenios hidráulicos de la época, en un momento en el que se realizaron grandes obras, como el Canal Imperial de Aragón.

La Fuente se inauguró en 1785 y su pilón también sirvió de abrevadero, como el de Cibeles. A finales del siglo XIX también Neptuno fue trasladado al centro de la nueva plaza de Canovas del Castillo y se le situó mirando, al igual que Cibeles, a la Puerta del Sol, de manera que Apolo quedó aislado y perdido en el centro del paseo.

Es interesante comparar el diseño de Ventura Rodríguez de 1777 con la escultura. Podemos comprobar la fidelidad de los escultores con respecto al modelo, pero también algunas diferencias.

viernes, 18 de febrero de 2011

ARCO 2011

Invitados por la Eddy Foundation, hemos visitado Arco 2011, la feria de arte que celebra su trigésimo aniversario (por cierto, una pequeña exposición rememora a través de fotografías la historia de esta madrileña treintañera).

Dicen, y eso parece, que este año Arco tiene menos de evento social y más de feria de arte. La verdad es que es fácil detectar a los numerosos coleccionistas de todo tipo que se interesan por las obras e incluso las compran, pero los que sólo vamos a mirar seguimos siendo bien recibidos (aunque la entrada no es barata: 32 €).

Se agradece la disminución de la superficie expositiva, que ha quedado reducida a dos pabellones, el 8 y el 10, en los que además uno se puede mover con mayor comodidad, gracias a la amplitud de la nueva disposición. De todos modos sigue siendo una ensalada de arte difícil de asimilar, tan divertida como agotadora. Más que una ensalada, un enorme banquete que tienes que ingerir en pocas horas, todo un reto para el que prefiere degustar morosamente el arte.




Con respecto a los contenidos se pueden advertir variaciones con respecto a años anteriores: menos obras sensacionalistas, mayor serenidad, menos muñequitos, más cuadros tradicionales, menos violencia gratuita. Pero la variedad es enorme y tras pasar unas horas en Arco no soy capaz de identificar los signos de identidad del arte actual, ni de señalar las tendencias dominantes; tengo la sensación de que el arte se encuentra inmerso en el tan sugerente como inquietante marasmo general de nuestra sociedad.


Por lo que se refiere a los formatos destaca la escasa presencia del vídeo, del arte electrónico y de las instalaciones y la pujanza, por este orden, de la pintura, la fotografía y la escultura.

Llama la atención con respecto a otras ediciones la escasa presencia de entidades oficiales, síntoma inequívoco de la crisis financiera de las instituciones públicas. Otra novedad, más pedestre, es la ausencia de la moqueta, que, la verdad, no se echa de menos.

 
Cais Gallery de Seúl


Cais Gallery
Siempre se puede disfrutar con clásicos como Chillida, Tàpies, Millares o Saura, pero cuando un va a Arco quiere ver cosas nuevas o poco conocidas (al menos para mí). En este sentido me ha gustado especialmente una galería surcoreana, Cais Gallery de Seúl, con obras como el paisaje polícromo de Doo Jin Ahn, unas fascinantes bailarinas nacaradas, las esculturas de Hawn Kwon Yi, varios cuadros de So-Young Choi, realizados con trozos de pantalones vaqueros o unos retratos warholianos de Kennedy y Marilyn revisitados. Es un buen ejemplo de la pujanza asiática, también en el campo del arte.



Volviendo a España, Antonio López muestra en la Malborough, tal vez la galería más visitada, su Vista desde Torres Blancas, una de las obras más conocidas de este Arco. En la misma galería destacan dos bustos con tocado de Manolo Valdés y los maravillosos cuadros de Juan Genovés, con sus impersonales figuras, que son bultitos de pinturas sobre el espacio, que también podemos ver en la madrileña galería de Pilar Serra.

Juan Genovés
En diferentes estands llaman la atención las obras de Jason Martin, un buen ejemplo de la vitalidad de la pintura “tradicional”, con sus obras gestuales creadas con un movimiento ininterrumpido, que consiguen una profundidad ondulante muy sugerente. Me han gustado también las siluetas formadas por discos de vinilos reciclados y recortados, obra del malagueño Carlos Aires o los cilindros luminosos de la burgalesa Paloma Navares en la Mario Mauroner de Salzburgo. Por su parte, Jorge Perianes juega con lo plano y lo tridimensional, asunto que trabajan también otros artistas de Arco.

Jorge Perianes
Preciosos son los paisajes con colores planos de Minaku Ave, entre la tradición japonese y el naif, en la Base Gallery. El cubano afincado en Mallorca Jorge Mayet nos ofrece un árbol sin hojas suspendido y enraizado en el aire.

Jorge Mayet
Las pinturas de Thomas Hartman recuerdan a los paisajes con figuritas de Barceló. De la fotógrafa Marina Abramovic destacaría su Looking at the mountains de la Galería Luciana Brito de São Paulo, con Friedrich como referencia; por cierto, hay mucha fotografía de paisaje, natural, urbano o arquitectónico. En otra galería de la misma ciudad, Dan, destaca la obra cinética del venezolano Jesús Soto. Me parece también interesante el trabajo de Carlos Garaicoa, que convierte grabados franceses del siglo XIX en maquetas tridimensionales. También destacaría las obras de Carlos Correia en la Galería El Museo, de Bogotá, formadas por dibujitos clavados con chinchetas en un corcho. Oras de un formato mayor y más llamativas son el Giacometti encadenado de Elmgreen & Dragset, o la gran regla de madera, A Medida de Todas as Coisas, de Isaque Pinheiro. Divertida e inquietante a la vez es la obra de Los Carpinteros para el estand del diario El País. Entre los escasos videos me ha gustado el titulado Los exilios de Trotsky, de Felipe Arturo.

Los Carpinteros

(Fotos y vídeos de Francisco Juez)

viernes, 4 de febrero de 2011

Santa Ana, la plaza de la cerveza

La plaza de Santa Ana, indispensable en el actual Madrid, nació de la expropiación y derribo del convento del mismo nombre, llevado a cabo por José I hace 200 años. La acción del “rey plazuelas” se completó a mediados del siglo XIX con la demolición de una hilera de casas que separaba el desaparecido convento de la calle del Príncipe.

La denominación de la plaza de Santa Ana fue cambiando al ritmo de los vaivenes políticos, ya que se llamó también del Príncipe Alfonso, más tarde de Topete, posteriormente de nuevo del Príncipe Alfonso y otra vez Santa Ana. Un siglo después de su urbanización por el gran Silvestre Pérez, arquitecto del “rey plazuelas”, un ilustre periodista aragonés, Mariano de Cavia, le añadió otro nombre, el de “plaza de la cerveza”, término que bien podríamos seguir utilizando en la actualidad. Concretamente en El Imparcial de 4 de agosto de 1914 podemos leer este término en alusión a los numerosos locales dedicados a ofrecer la refrescante bebida. En los años 20, el genial Ramón Gómez de la Serna describía así la plaza de Santa Ana: “las terrazas la dominan y hacen de su jardín sitio en que apurar la rubia cerveza, que parece emanar de una fuente de juventud que brota en el jardín” (Elucidario de Madrid, capítulo IX: La íntima plaza de Santa Ana)


Fotografía de la plaza de Santa Ana. Ca. 1920. Museo de Historia de Madrid.
http://www.memoriademadrid.es/

En efecto, y pese a que la cerveza tuvo durante siglos una mala consideración en nuestro país y su consumo fue escaso, Madrid contaba ya en el siglo XIX con algunas grandes fábricas y con varios establecimientos para degustarla. Pero fue en el primer tercio del siglo XX cuando se hizo un hueco entre las preferencias de los madrileños. En este sentido, la plaza de Santa Ana fue el centro del consumo cervecero de la ciudad.

El 12 de junio de 1924, el diario El Imparcial publicó un reportaje a media página sobre la plaza de Santa Ana y sus locales especializados en cerveza. En efecto, en la página 6, junto a las noticias deportivas, que ocupaban mucho menos espacio que en los periódicos actuales, y a un cuento de René Bizet, podemos leer un interesante reportaje sin firma titulado “La alegre plaza de Santa Ana”, en el que se nos ofrece un panorama general de la misma y de algunos de sus principales establecimientos hosteleros, de los que sólo dos siguen existiendo, la Cervecería Alemana y Villa Rosa.

El reportaje se inicia con el titular “La plaza de la Cerveza” y se indica que “realmente, así debiera llamarse esta plaza de Santa Ana, una de las más alegres y bulliciosas de Madrid”, de la que se destaca su céntrica ubicación y su belleza. El artículo menciona la escultura de Calderón de la Barca, entonces situada en el centro de la plaza y desplazada décadas después por la construcción del aparcamiento subterráneo; asimismo se alude a una desparecida fuente con surtidor en forma de cuello de cisne atacado por una serpiente, obra del escultor decimonónico José Tomás que estuvo en el convento de San Felipe el Real y luego en la Castellana, al final del paseo del Cisne (hoy, calle de Eduardo Dato), que precisamente por esta fuente se llamaba así. En otro artículo de Mariano de Cavia en El Imparcial, de 18 de enero de 1917, uno de sus personajes asegura que esta imagen “representa a maravilla la Administración estrujando al Pueblo”.

Escrito en el cálido mes de junio, el reportaje menciona la fresca sombra que los grandes árboles de la plaza brindaban a los transeúntes, que hoy encuentran mayores dificultades para cobijarse del ardiente sol madrileño, algo que podemos hacer extensivo a la mayor parte de las plazas del Madrid histórico.


Tarjeta postal de la plaza del Príncipe Alfonso, fotografía de J. Lacoste. Entre 1906 y 1910. Museo de Historia de Madrid. http://www.memoriademadrid.es/

Se indica en el reportaje que era al atardecer cuando “una muchedumbre” invadía el lugar, ante el reclamo del “benéfico trasiego de la cerveza”. En efecto, la plaza reunía a “los mejores cerveceros de Madrid”, que veían cómo sus locales, tanto en su interior como en las terrazas, se llenaban de clientes, comentario plenamente en vigor.

A continuación el periodista anónimo se refiere a los principales establecimientos de la plaza:

- La Cervecería Alemana, a la que describe como un local plenamente germánico en su decoración: “un sobrio decorado, artesonados de madera y figuras alegóricas en loor del dios Gambrinus: barros auténticos alemanes”; asimismo se destaca que “la cerveza se sirve en su punto de presión y temperatura”. La Alemana había sido fundada en 1904 por hosteleros del país centroeuropeo, pero había pasado a manos españolas en tiempos de la Gran Guerra, pese a lo cual conservaba en los años 20 su aspecto original. En esa época era frecuentada por alemanes, además de por intelectuales, políticos y artistas españoles.


Anuncio de la Cervecería Alemana publicado en El Imparcial el 30/03/1904, p. 3

- El Oro del Rhin, local ya desaparecido, que tomaba su nombre de la célebre ópera de Richard Wagner, en clara referencia también a Alemania, era otra de las cervecerías de la plaza, con una bebida “de toda excelencia” y un servicio es “de lo más selecto y cuidado que existe en la corte”. El 11 de marzo de 1923 Ramón Gómez de la Serna recibió un homenaje en este local.

- Villa Rosa, fundada en 1915, era sin embargo un establecimiento “genuinamente español”. “Restaurante, colmado y cervecería” sigue existiendo en 2011, aunque con diferentes funciones. “Lugar predilecto del público madrileño”, especialmente de “los capitalistas que gusta divertirse”, un público “que riega el dinero que le sobra”. El vino y la comida eran excelentes, según el reportaje. Se incluye una fotografía de la fachada de Villa Rosa, anterior, por lo tanto a la artística decoración de 1928, donde destacan los azulejos del sevillano Alfonso Romero con paisajes madrileños y de las capitales andaluzas.


Anuncio de Villa Rosa publicado en La Correspondencia de España el 01/03/1922, p. 7

- Casa de Álvarez, “la más antigua cervecería de Madrid” y lugar en el que “se reúne la más importante colonia alemana”. Además era escenario de importantes tertulias y el lugar más destacado en cuestión de mariscos del meseteño Madrid.

- El Cocodrilo era otro local de estilo alemán, que destacaba por sus “tertulias de artistas, intelectuales y aristócratas”, como la de Bagaría y Camba o la de Beruete, duque de la Unión de Cuba, o sus comidas de peñas y clubes. Entre los “esmerados platos” que se servían excelentemente, destacaban los arenques a la marinera. Además El Cocodrilo ofrecía un exitoso “plato del día”.

Este interesante reportaje de El Imparcial que hemos comentado nos remite a la época dorada de las cervecerías de Santa Ana. Invitamos al lector a que compare la situación actual de la misma con la que nos traslada el anónimo periodista de 1924, tan iguales y tan distintas a la vez.