El convento carmelita de
religiosas descalzas de la Encarnación del Hijo de Dios de la Villa de Boadilla
fue fundado en 1674 por Juan González Uzqueta Valdés y María de Vera Varco y
Gasca, señores de Boadilla del Monte. Se trata de un complejo arquitectónico
que ha sido restaurado a finales del siglo pasado por José Ramón Duralde.
Preside el conjunto la iglesia barroca, que actualmente forma parte de la
parroquia de San Cristóbal, ya que la comunidad carmelita se encuentra ahora en
un edificio próximo, más moderno, y el antiguo convento se ha reconvertido en
hotel.
La fachada de la iglesia
presenta una disposición típicamente barroca y con interesantes consecuencias
urbanísticas, ya que se encuentra retrasada con respecto a la línea de calle y conforma,
junto con la reconstruida Casa de Capellanes y el Convento, una plaza
rectangular. De esta manera se conforma un espacio en forma de lonja a la
entrada del convento, lugar de encuentro social y escenario para ceremonias
religiosas, y proporciona una mejor visualización a la portada.
La bella fachada responde
a las características propias de la arquitectura conventual madrileña y más
concretamente a la que distingue a los edificios de las comunidades carmelitas
femeninas. Entre estos rasgos definitorios podemos destacar su rigor geométrico
de raíz escurialense que transmite la armonía y el orden de la vida monacal, su
sobriedad en consonancia con el ideal de pobreza defendido por Santa Teresa y
su verticalidad, que la singulariza dentro del edificio. Son elementos que
aparecen por primera vez apuntados en la iglesia del convento de San José de
Ávila y perfeccionados en la de la Encarnación de Madrid.
La fachada es de ladrillo
visto, a excepción del zócalo, la puerta y la hornacina abierta sobre esta, que
son de granito, y los escudos y el relieve, de piedra carbonatada. Los
paramentos de ladrillo están animados por un rico y sutil juego de planos,
entre los que destacan las pilastras lisas de orden gigante que enmarcan toda
la fachada y que están coronadas por bolas, y las molduras que organizan en
rectángulos toda la composición. La presencia del frontón triangular en lo alto
es muy característica de la arquitectura conventual, y de la carmelitana en
particular; está presidido por un óculo y cuenta con una cruz en su cúspide y
la molduración es más profunda que en el resto de la fachada.
El núcleo de granito, con
la puerta de entrada y la hornacina superior, destaca sobre el resto de la
fachada, no sólo por su material, sino también por su mayor relieve y su
decoración más profusa, con más movimiento y abundancia de remates piramidales
y esféricos, que, sin embargo, no alteran la sobriedad del conjunto. La ventana
superior, que ilumina el coro, completa el cuerpo central de la fachada,
jerárquicamente superior a los laterales, como corresponde a su función de
entrada única, frente a los accesos triples, más propios de la arquitectura
conventual masculina. La puerta de la iglesia está equidistante entre el acceso
al convento, a su derecha, y la entrada al cuarto de los fundadores, que tenían
sus propias habitaciones junto a la iglesia, conectadas con la tribuna del
templo que se abre al altar mayor.
La hornacina central
cobija un relieve que representa la Encarnación, misterio al que se dedica el
convento. En él podemos observar a la Virgen arrodillada en oración en el
momento en el que se gira hacia el arcángel San Gabriel, que está de pie; en lo
alto, Dios Padre envía al Espíritu Santo sobre María. La fachada de la iglesia
del convento de Boadilla, como todas las carmelitanas, es fiel a las premisas
del Concilio de Trento, en el que se subrayó la importancia de la presencia de
las imágenes de devoción en el exterior del templo.
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