La incontestable victoria del bando hispano-británico conseguida sobre las tropas napoleónicas del mariscal Marmont el 22 de julio de 1812 en Arapiles, muy cerca de Salamanca, despejó el camino del duque de Wellington hacia Madrid. Una coplilla de la época resume de un modo muy gráfico la batalla:
Depertó el león
Y se esperezó
Y abriendo la boca
Se tragó a Marmont.
¡Viva Velintón!
La reacción en Madrid fue inmediata. El embajador de Napoleón en España, el conde Laforest, escribió: “Los espíritus se hallan allí [en Madrid] secretamente inquietos. Hacer una retirada sería incomparablemente peor que la de 1808. Pocas familias españolas estaban entonces comprometidas. Hoy hay una multitud, con un gran número de familias francesas.” (Citado por Manuel Moreno Alonso, José Bonaparte. Un rey republicano en el trono de España. La Esfera de los Libros. Madrid, 2008, p. 361).
El mariscal Soult negó su apoyo al José Bonaparte para defender Madrid y el rey decidió abandonar la capital entre el 10 y el 11 de agosto. En compañía de unos 20.000 soldados y 10.000 civiles marchó a Valencia, aunque dejó una guarnición de unos 2.500 hombres y 200 piezas de artillería en el Fuerte de El Retiro para dificultar la posible persecución de los hispano-británicos.
El 12 de agosto Madrid amaneció excitada y expectante. A primera hora entraron en la ciudad entre aclamaciones algunos afamados guerrilleros, entre los que destacaban Juan Martín Díez el Empecinado y Juan Palarea el Médico. Seguramente accedieron a Madrid por la Puerta de Alcalá, recorrieron la calle del mismo nombre y luego la Puerta del Sol y la calle Mayor hasta la Casa de la Villa. Allí se reunieron con los miembros del ayuntamiento josefino que no habían huido a Valencia y se dirigieron todos juntos a la Puerta de San Vicente, donde hacia las 10 horas recibieron al duque de Wellington y sus tropas, entre el júbilo popular. Un oficial británico aseguró que nunca había sido besado antes por tantas chicas guapas y el propio Wellington se refirió a los madrileños como un pueblo loco de alegría.
A continuación se dirigieron de nuevo a la Casa de la Villa, a cuyo balcón salieron entre aclamaciones Wellington y los líderes guerrilleros. Las tropas británicas se hicieron con el control de la ciudad y su general se alojó en el Palacio Real. A través de un bando se animó a los madrileños a mantener orden y se anunció la proclamación de la Constitución al día siguiente y la renovación del gobierno municipal. En la mañana del día 14 se completó la conquista de El Retiro.
Detalle del Plano de Madrid de Juan López. 1812
Biblioteca Regional de Madrid. Posible itinerario del duque de Wellington en su entrada a Madrid en la mañana del 12 de agosto de 1812 |
Entre los muchos relatos de esta entrada triunfal de las tropas patriotas en Madrid podemos citar el del liberal y patriota José María Queipo de Llano, Conde de Toreno, en su Historia del levantamiento, guerra y revolución de España, escrita entre 1827 y 1836:
Dadas las diez, y echadas las campanas á vuelo, empezaron poco despues á pisar el suelo de la capital los aliados y varios jefes de guerrilla, señaladamente entre ellos D. Juan Martin el Empecinado y D. Juan Palarea. No tardó en presentarse por la puerta de San Vicente lord Wellington, á quien salió á recibir el Ayuntamiento formado de nuevo, y le llevó á la casa de la Villa, en donde, asomándose al balcon acompañado del Empecinado, fué saludado por la muchedumbre con grandes aclamaciones. Se le hospedó en Palacio, en alojamiento correspondiente y suntuoso. Las tropas todas entraron en la capital en medio de muchos vivas, habiéndose colgado y adornado las casas como por encanto. Obsequiaron los moradores á los nuestros y á los aliados con esmero, y hasta el punto que lo consentian las estrecheces y la miseria á que se veian reducidos. Las aclamaciones no cesaron en muchos dias, y abrazábanse los vecinos unos á otros, gozándose casi todos no ménos en el contentamiento ajeno que en el propio.
Retratos del Empecinado y de Wellington realizados por Goya en 1812 superpuestos al balcón de la Casa de la Villa
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También destaca el testimonio de Mesonero Romanos, testigo con 9 años de edad, de los acontecimientos, que relata en sus Memorias de un Setentón natural y vecino de Madrid. publicadas en 1881:
En efecto, a la mañana siguiente, a primera hora, grandes y pequeños, todos estábamos vestidos, y servido que fue el indispensable chocolate, salimos en dirección a la Puerta del Sol, no sin asistir antes a la primera misa en la iglesia del Carmen Calzado. -Un gran gentío esperaba la llegada del ejército aliado: los balcones de las casas de Correos, Aduana y Academia, y todos los particulares en general, estaban engalanados con sendas colgaduras, y la alegría y animación del pueblo contrastaban sobremanera con el lúgubre cuadro que ofrecía los días anteriores. -Pasaban, sin embargo, las horas, y daban las siete, las ocho, las nueve, apareciendo sólo a largos intervalos alguno que otro soldado de caballería, procedente de las partidas o guerrillas próximas a entrar, y que parecía dirigirse hacia el Ayuntamiento, dando vivas atronadores a España y a Fernando VII, que eran contestados con igual fervor; hasta que poco después de las nueve un gran vocerío y el repique de campanas nos anunció la presencia en la calle de Alcalá de las famosas partidas castellanas, a cuya cabeza venían sus ilustres jefes D. Juan Martín Díez (el Empecinado), D. Juan Palarea (el Médico), D. Manuel Hernández (el Abuelo) y D. Francisco Abad (Chaleco), las cuales, desfilando por la Puerta del Sol y calle Mayor, siguieron en medio de una entusiasta ovación hasta el Ayuntamiento, desde donde, poniéndose a su frente esta corporación con sus maceros y timbales, continuaron luego a la puerta de San Vicente, llegando a ella a la misma hora en que se presentaba el ejército anglo-hispano-portugués con su ilustre jefe lord Wellingthon y los generales Álava, España y Conde de Amarante.
Llegados que fueron todos a la Casa Consistorial, en donde la Municipalidad tenía preparado un sencillo obsequio a los ilustres caudillos, presentáronse estos en el balcón principal, procurando el Lord corresponder a las aclamaciones del pueblo con toda la cortesía compatible con la aspereza del carácter inglés y el orgullo especial de Su Gracia; y los generales y guerrilleros españoles con toda la efusión y marcialidad propias de nuestro carácter meridional. El Empecinado, sobre todo, fue el verdadero héroe del día, como el objeto culminante a quien se dirigían los ecos del entusiasmo popular, en justa recompensa de la celebridad que le habían granjeado sus hazañas.
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