EL PLACER DE LA CULTURA

lunes, 21 de diciembre de 2020

Una mirada galdosiana sobre la Navidad madrileña

En estos días en los que la tradicional celebración social de la Navidad se enfrenta con la prudencia ermitaña ante la pandemia, la lectura de Galdós, concretamente de un texto de La Desheredada, nos provoca una reflexión; en casi 150 años los madrileños no hemos cambiado tanto como cabría pensar, ni siquiera con la actual crisis sanitaria.
La Desheredada, publicada en 1881, fue el punto de partida de las conocidas como “novelas españolas contemporáneas” de Galdós. Es la historia de una joven de provincias, Isidora Rufete, que acude a Madrid convencida de que es la hija no reconocida de una aristócrata. La acción de la novela transcurre durante el breve reinado de Amadeo I y está ambientada fundamentalmente en Madrid, ciudad que adquiere gran protagonismo en la narración, como es habitual en la literatura de don Benito.

Portada de la segunda edición de La Desheredada, de Benito Pérez Galdós
Madrid, Librería de Perlado, Páez y Cª, 1909

En el capítulo XIV puede leerse lo siguiente:

Llegó Navidad, llegaron esos días de niebla y regocijo en que Madrid parece un manicomio suelto. Los hombres son atacados de una fiebre que se manifiesta en tres modos distintos: el delirio de la gula, la calentura de la lotería y el tétanos de las propinas. Todo lo que es espiritual, moral y delicado, todo lo que es del alma, huye o se eclipsa. La conmemoración más grande del mundo cristiano se celebra con el desencadenamiento de todos los apetitos. Hasta el arte se encanalla. Los teatros dan mamarracho, o la caricatura del Gran Misterio en nacimiento sacrílegos. Los cómicos hacen su agosto; la gente de mal vivir, hembras inclusive, alardea de su desvergüenza; los borrachos se multiplican. Tabernas, lupanares y garitos revientan de gente, y con las palabras obscenas y chabacanas que se pronuncian estos días habría bastante ponzoña para inficionar una generación entera. No hay más que un pensamiento: la orgía. No se puede andar por las calles, porque se triplica en ellas el tránsito de la gente afanada, que va y viene aprisa. Los hombres, cargados de regalos, nos atropellan, y a lo mejor se siente uno abofeteado por una cabeza de capón o pavo que a nuestro lado pasa.

Las confiterías y tiendas de comidas ofrecen en sus vitrinas una abundancia eructante y pesada que, por la vista, ataruga el estómago. No bastan las tiendas, y en esquinas y rincones se alzan montañas de mazapán, canteras de turrón, donde el hacha del alicantino corta y recorta sin agotarlas nunca. Las pescaderías inundan de cuanto Dios crió en mares del Norte y del Sur. Sobre un fondo de esteras coloca Valencia sus naranjas, cidras y granadas rojas, llenas de apretados rubíes. En los barrios pobres las instalaciones son igualmente abundantes; pero la baratura declara la inferioridad del género. Hay una caliza dulzona que se vende por turrón, y unas aceitunas negras que nadan en tinta. De la Plaza Mayor hacia el Sur escasea el mazapán cuanto abunda el cascajo. La escala gradual de la gastronomía abraza desde los refinamientos de Pecastaing, Prast y la Mahonesa, hasta la cuartilla de bellota y la pasta de higos pasados que se vende en una tabla portátil hacia las Yeserías. El enorme pez de Pascuas comprende todas las partes y substancias de cosa pescada, desde el ruso caviar hasta el escabeche y el arenque de barril, que brilla como el oro y quema como el fuego.

 El siguiente párrafo de la novela comienza con una frase que podríamos aplicar a la situación actual: Una familia podrá morirse toda entera; pero dejar de celebrar la Noche Buena con cualquier comistrajo, no. A continuación, Galdós realiza una maravillosa descripción de las costumbres navideñas de don José de Relimpio y su familia, que animamos a todos a leer para despedir el año del centenario del fallecimiento del escritor.


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