EL PLACER DE LA CULTURA

viernes, 29 de enero de 2021

Una excursión a las Ventas con Emilia Pardo Bazán

En 1889 Pardo Bazán publicó Insolación, novela realista ambientada en Madrid. Relata la historia amorosa de una viuda con un hombre más joven, un tema atrevido para su época y por el que tuvo que recibir algunas duras críticas, por ejemplo, de Clarín o Pereda. Desde una perspectiva feminista, el libro cuestionaba los valores morales de la época y criticaba la hipocresía social en relación con la sexualidad femenina.

Algunos han querido ver en la trama de la novela un reflejo de la fugaz relación amorosa entre doña Emilia y José Lázaro Galdiano, diez años más joven que la escritora y al que está dedicado el libro. Se conocieron en el verano de 1888 durante la Exposición Internacional de Barcelona y, tras un breve idilio, mantuvieron durante toda su vida una gran amistad y una intensa colaboración intelectual que se manifestó sobre todo en La España Moderna, la revista editada por Lázaro, a la que apoyó Pardo con entusiasmo y en la que publicó numerosos e importantes artículos.

En cualquier caso, Francisca de Asís Andrade, la protagonista de Insolación, tiene en común con Emilia la determinación de querer vivir con la misma libertad que los hombres, también en el terreno sexual, superando los prejuicios sociales.

Insolación se desarrolla en Madrid y ofrece al lector maravillosas estampas de la ciudad en las postrimerías del siglo XIX. Al final de estas líneas, transcribimos un fragmento en el que Asís, la joven marquesa viuda protagonista de la novela, se dirige con Diego Pacheco en un simón desde el centro de la ciudad hacia la periferia de las Ventas del Espíritu Santo. Para llegar allí a través de la calle de Alcalá recorrieron un barrio de Salamanca con muchos solares sin construir todavía, como podemos ver en el Plano de Benito Martínez y José Méndez de 1886, y al que la narradora califica de arrabal. Hace mención, no muy favorable, a la estatua ecuestre del general Espartero y al edificio de las Escuelas Aguirre, ambos inaugurados tres años antes de la publicación de la novela.

Benito Martínez y José Méndez. Plano de Madrid, 1886. Biblioteca Regional de Madrid. Detalle

Más de una década llevaba ya en pie la plaza de toros de Goya, a la que también se menciona, además de la fábrica de galletas de Casa Martinho, inaugurada en 1883 en la calle de Alcalá, entre Alcántara y Montesa, en la acera de los impares. Todo ello se puede observar en el Plano de Facundo Cañada de 1900.

Facundo Cañada. Plano de Madrid. 1900. Detalle

También se cita el famoso merendero de la Alegría, así como el fielato, ubicado en la plaza de la Alegría, hoy Manuel Becerra, y la conocida venta del Espíritu Santo. El entorno de la que era entonces puerta de entrada a Madrid desde el este no puede ser más desolador en el relato de Pardo Bazán, transitado por variados medios de transporte y por un cortejo fúnebre camino del Cementerio del Este, del que ya se había construido la parte más antigua en 1889. El relato termina junto al puente de Ventas, que cruzaba entonces sobre el arroyo del Abroñigal, sector poblado a finales del siglo XIX de merenderos, uno de los cuales se describe con intenso pintoresquismo.

Dejamos ya al lector que disfrute con el texto de Insolación:

Asís miró el camino en que entraban. Dejándose atrás las frondosidades del Retiro y las construcciones coquetonas de Recoletos, el coche se metía, lento y remolón, por una comarca la más escuálida, seca y triste que puede imaginarse, a no ser que la comparemos al cerro de San Isidro. Era tal la diferencia entre la zona del Retiro y aquel arrabal de Madrid, y se advertía tan de golpe, que mejor que transición parecía sorpresa escenográfica. Cual mastín que guarda las puertas del limbo, allí estaba la estatua de Espartero, tan mezquina como el mismo personaje, y la torre mudéjar de una escuela parecía sostener con ella competencia de mal gusto. Luego, en primer término, escombros y solares marcados con empalizadas; y allá en el horizonte, parodia de algún grandioso y feroz anfiteatro romano, la plaza de toros. En aquel rincón semidesierto -a dos pasos del corazón de la vida elegante- se habían refugiado edificios heterogéneos, bien como en ciertas habitaciones de las casas se arrinconan juntas la silla inservible, la maquina de limpiar cuchillos y las colgaduras para el día de Corpus: así, después del circo taurino y la escuela, venía una fábrica de galletas y bizcochos, y luego un barracón con este rótulo: Acreditado merendero de la Alegría.

Hauser y Menet. Calle de Alcalá y Escuelas Aguirre. 1902. Tarjeta postal
Museo de Historia de Madrid

Las lontananzas, una desolación. El fielato parecía viva imagen del estorbo y la importunidad. A su puerta estaba detenido un borrico cargado de liebres y conejos, y un tío de gorra peluda buscaba en su cinto los cuartos de la alcabala. Más adelante, en un descampado amarillento, jugaban a la barra varios de esos salvajes que rodean a la Corte lo mismo que los galos a Roma sitiada. Y seguían los edificios fantásticos: un castillo de la Edad Media hecho, al parecer, de cartón y cercado de tapias por donde las francesillas sacaban sus brazos floridos; un parador, tan desmantelado como teológico (dedicado al Espíritu Santo nada menos); un merendero que se honraba con la divisa tanto monta, y por último, una franja rojiza, inflamada bajo la reverberación del sol: los hornos de ladrillo. En los términos más remotos que la vista podía alcanzar, erguía el Guadarrama sus picos coronados de eternas nieves.

Lo que sorprendió gratamente a Asís fue la ausencia total de carruajes de lujo en la carretera. Tenía razón Pacheco, por lo visto. Sólo encontraron un domador que arrastraban dos preciosas tarbesas; ten carromato tirado por innumerable serie de mulas; el tranvía, que cruzó muy bullanguero y jacarandoso, con sus bancos atestados de gentes; otro simón con tapadillo, de retorno, y un asistente, caballero en el alazán de su amo. ¡Ah! Un entierro de angelito, una caja blanca y azul que tambaleándose sobre el ridículo catafalco del carro se dirigía hacia la sacramental sin acompañamiento alguno, inundado de luz solar, como deben de ir los querubines camino del Empíreo…

J. Lacoste. Madrid. Las Ventas del Espíritu Santo. 1910. Archivo Regional de Madrid

Llegaron al puente, y detúvose el simón ante el pintoresco racimo de merenderos, hotelitos y jardines que constituye la parte nueva de las Ventas.

-¿Qué sitio prefieres? ¿Nos apeamos aquí? -preguntó Pacheco.

-Aquí... Ese merendero... Tiene trazas de alegre y limpio -indicó la dama, señalando a uno cuya entrada por el puente era una escalera de palo pintada de verde rabioso…

Sobre el frontis del establecimiento podía leerse este rótulo, en letras descomunales imitando las de imprenta, y sin gazapos ortográficos: -Fonda de la Confianza. -Vinos y comidas. -Aseo y equidad.- El aspecto era original y curioso. Si no cabía llamar a aquello los jardines aéreos de Babilonia, cuando menos tenían que ser los merenderos colgantes. ¡Ingenioso sistema para aprovechar terreno! Abajo una serie de jardines, mejor dicho, de plantaciones entecas y marchitas, víctimas de la aridez del suburbio matritense; y encima, sostenidos en armadijos de postes, las salas de baile, los corredores, las alcobas con pasillos rodeados de una especie de barandas, que comunicaban entre sí las viviendas. Todo ello -justo es añadirlo para evitar el descrédito de esta Citerea suspendida- muy enjabelgado, alegre, clarito, flamante, como ropa blanca recién lavada y tendida a secar al sol, como nido de jilguero colgado en rama de arbusto.


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