A mediados del siglo XIX, dos grandes obras de ingeniería despejaron el camino de Madrid hacia la Modernidad: el ferrocarril y el Canal de Isabel II. El desarrollo paulatino del primero fue mejorando notablemente las comunicaciones de la capital y el segundo permitió el abastecimiento de agua a una ciudad en crecimiento.
Hasta la construcción del Canal, los madrileños seguían utilizando los centenarios viajes, que captaban las aguas subterráneas y la conducían hasta las fuentes públicas de la ciudad. La creación del Canal de Isabel II supuso una verdadera revolución y dio inicio a un proceso que acabaría llevando el agua corriente a los hogares de los madrileños. El Real Decreto de 18 de junio de 1851 puso en marcha las obras que habrían de conducir el agua desde el río Lozoya hasta Madrid.
La ingeniería más avanzada de la época y una numerosa y esforzada mano de obra hicieron posible la construcción de las primeras presas y acueductos. Las obras se iniciaron el 11 de agosto de 1851, con la colocación de la primera piedra de la Presa del Pontón de la Oliva por parte del rey consorte, Francisco de Asís. Se pretendía que esta presa embalsara el agua del Lozoya entre las estrechas paredes calizas del valle, en el límite entre las provincias de Madrid y Guadalajara, para enviarla a través de un complejo sistema hidráulico hasta la capital.
La conocida fotografía de Charles Clifford, el gran cronista gráfico del Madrid isabelino, obtenida en 1856, es un testimonio magnífico de las penosas obras realizadas, fundamentalmente por presidarios procedentes de las guerras carlistas, cuyos barracones se conservan parcialmente cerca de la Presa. Las terribles condiciones de trabajo, la dureza del clima serrano y las epidemias hicieron muy difícil su labor.
Hoy puede verse aún en pie y en perfecto estado la sólida construcción de sillería, que, no obstante, sirvió de poco, ya que los ingenieros no tuvieron en cuenta las filtraciones del terreno del embalse, ya que en aquellos tiempos se desconocían los procesos kársticos. Pocos meses después de su inauguración en 1856, se decidió que fuera sustituida por otra nueva, la de El Villar, nuevo embalse captador. Desde entonces la presa se alza como un hermoso e inútil testigo de la historia inicial del Canal de Isabel II.
Fotografías tomadas el 11 de octubre de 2010
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